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viernes, 7 de febrero de 2014

Viabilidad económica y financiera de las empresas autogestionadas



Por Alejandro Schachter

Uno de los principales desafíos a la hora de llevar a cabo una experiencia de autogestión consiste en construir una organización que sea sostenible en términos económicos y financieros.

Este tipo de experiencias, pertenecientes al campo de la economía social, conviven y coexisten con el sector privado capitalista (y también con el estatal), bajo un sistema social donde predomina el capital. Por lo tanto, para desarrollarlas y consolidarlas se impone conducir procesos de generación, apropiación, adaptación y acumulación colectiva de recursos monetarios (por ejemplo, dinero) y no monetarios (por ejemplo, medios de producción e infraestructura).

Si bien el objetivo de este tipo de organizaciones no es la obtención del máximo lucro sino la reproducción ampliada de la vida de las personas, la falta de foco en los resultados económicos y financieros puede poner en riesgo la continuidad de la empresa.


Cambio de paradigma

En primer lugar, la importancia de este desafío se relaciona con que, en muchas ocasiones, quienes deben comandar la gestión de estas organizaciones no están acostumbrados a ocupar roles de dirección, situación que se verifica frecuentemente en las empresas recuperadas. Por lo general, se trata de operarios especializados que deben pasar a cumplir una función muy distinta, por lo que resulta necesario un cambio de mentalidad y capacitación en áreas tales como planificación, marketing o contabilidad. En esta instancia, suele ocurrir un interesante proceso de aprendizaje, donde los trabajadores con mayor formación gremial actúan como disparadores de discusiones e intercambios que apuntan a la concientización necesaria para la nueva etapa.

Los integrantes del consejo de administración de la Cooperativa Alcoyana[1] definen la clave para el cambio de mentalidad con mucha precisión: “Tenemos que ocuparnos de que se entienda que todos somos dueños y, por lo tanto, todos somos responsables y beneficiarios de lo que hacemos en la fábrica”. Podríamos parafrasear esta idea agregando que la autogestión de la empresa por parte de los trabajadores lleva a una resignificación de la idea de propiedad privada. El hecho de tomar el control del proceso de creación de valor hace que los trabajadores redefinan su relación con los medios de producción, los cuales ya no aparecen frente a ellos como “capital”; por lo tanto, el trabajo objetivado deja de ser un elemento hostil, poderoso e independiente de ellos. En consecuencia, se genera un mayor grado de participación por parte del trabajador, al salir de su función específica y poder introducir iniciativas propias.


Capital de trabajo, comercialización y financiamiento

Una vez superado lo que podríamos llamar el “cambio de paradigma” de pasar de la defensa del puesto de trabajo a la gestión de un crecimiento sostenible, encontramos diversos aspectos que deben ser atendidos, tanto en lo referido a la disponibilidad de capital como a la comercialización y al financiamiento.

En esta línea, destacamos que una dificultad recurrente que debe tenerse en cuenta, y que suele darse en las primeras etapas, es la disponibilidad de capital de trabajo. Las empresas recuperadas, usualmente, cuentan con escaso capital para iniciar su actividad y poder sostenerla a través del tiempo, ya que se han formado como una continuidad de empresas que, por situaciones problemáticas, han caído en quiebra. Con frecuencia ocurre que, efectivamente, existe cierta dotación de capital, pero el deterioro causado por el abandono o la falta de mantenimiento y la obsolescencia, fruto de largos períodos de desinversión, obliga a recurrir a costosas tareas de reparación, acondicionamiento y modernización. Igualmente, no debemos soslayar que, por lo general, los avances tecnológicos en la industria también suelen traducirse en reducción de puestos de trabajo, lo cual es inadmisible en este tipo de organizaciones.

En lo que refiere al capital inicial para comenzar la operatoria de las empresas recuperadas, también resulta fundamental, en muchas ocasiones, la posibilidad de la expropiación. El Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas la identifica como una salida viable, basándose en la Constitución Nacional y la Constitución de la Provincia de Buenos Aires, donde se destaca que “pueden ser objeto de expropiación todos los bienes convenientes o necesarios para la satisfacción de la utilidad pública, cualquiera sea su naturaleza jurídica, pertenezcan al dominio público o al dominio privado…”.

Una vez que se cuenta con el capital, se deben poner en marcha las actividades, para lo cual es necesario conseguir y consolidar los canales de distribución y comercialización necesarios para sostener la operatoria. En este punto pueden presentarse dificultades iniciales para las empresas recuperadas, a raíz de la mala reputación generada en las redes comerciales de la empresa a partir de los malos manejos de la administración anterior.

Asimismo, se deben sortear, especialmente en grandes conglomerados urbanos, los obstáculos vinculados con la importancia de las grandes tiendas y supermercados, que imponen sus condiciones al resto de la cadena productiva. Para contrarrestar esta situación, consideramos que una alternativa viable podría ser la conformación de alianzas con otras organizaciones de la economía social especializadas en asuntos comerciales o en la producción de bienes y servicios complementarios, a fin de lograr una mayor incidencia y visibilidad en el mercado.

Otra cuestión que hace a la viabilidad económica y financiera de estas organizaciones es la del financiamiento. Usualmente, las experiencias autogestionadas son consideradas de alto riesgo en los análisis de las entidades crediticias privadas, lo cual reduce sus posibilidades de acceso al financiamiento. En este sentido resulta fundamental el rol de la banca cooperativa y la banca pública, las cuales, a partir de una visión integral del negocio, pueden evaluar de un modo cualitativamente distinto a estas entidades.

Cabe mencionar que en las cuestiones de financiamiento también puede ser significativo el apoyo estatal en forma de subsidios (los cuales en nuestro país se ejecutan a través de los Ministerios de Trabajo y de Desarrollo Social), o bien la asistencia financiera entre las propias empresas recuperadas (una empresa recuperada en funcionamiento puede aportar financiamiento o donaciones para una nueva iniciativa que presenta dificultades para comenzar a operar).


Sostenibilidad en el mediano plazo

Los aspectos mencionados (capital inicial, canales de distribución y comercialización, financiamiento) resultan cruciales para las primeras etapas de organización de las empresas autogestionadas. No obstante, en caso de sortear positivamente estas cuestiones, luego entrarán en juego otras particularidades de la gestión que podemos denominar “de segunda generación” y que deben ser tenidas en cuenta para garantizar el desarrollo de la empresa en el mediano plazo.

En este punto se plantea la posibilidad real de la autogestión en el marco de un sistema capitalista. Tal como lo expresa Andrés Ruggeri, se trata de un sistema que posee determinadas reglas, las cuales presionan sobre los tiempos de trabajo, la rentabilidad y la capacidad de tomar decisiones estratégicas, marcando la agenda productiva y las necesidades de capitalización.

Sin embargo, entendemos que la sostenibilidad de estos emprendimientos no depende sólo de la eficaz inserción dentro de las reglas de juego del sistema capitalista sino también, y en una gran medida, de que se respeten las características básicas de la economía social, a fin de garantizar la continuidad de la lógica reproductiva y no lucrativa de las empresas de autogestión.

En esta línea, y siguiendo a Gonzalo Vázquez, no es posible explicar el sostenimiento actual de estos emprendimientos y sus trabajadores en base a una lógica exclusivamente mercantil. Este autor propone la noción de sostenibilidad plural, dentro de la cual se destacan las siguientes dimensiones: reciprocidad (redes familiares, vecinales y de amistad que proveen aportes no monetarios, como bienes personales utilizados para la producción colectiva), redistribución (estos emprendimientos deben ser reconocidos socialmente como prácticas legítimas, a partir de lo cual toda la sociedad, a través del Estado, debería contribuir con recursos fiscales que posibiliten su desarrollo) y planificación (política estatal de regulación, que corrija desequilibrios e irracionalidades producidas por el  libre mercado).

A modo de cierre, consideramos que en la trayectoria de un emprendimiento de autogestión deben considerarse las distintas fases a afrontar para consolidar la organización. Como vimos, esto requiere de una visión integral, que contenga ciertamente las necesidades económicas y financieras pero que, en un enfoque de mediano plazo, pueda comprender la lógica diferenciada de la economía social y la importancia del Estado como responsable del marco regulatorio imprescindible para la sostenibilidad de estas experiencias.


martes, 28 de enero de 2014

Legalícenla


El modelo autogestivo de producción ya no se limita a la supervivencia económica ni a hacerse cargo de los fracasos capitalistas. Silenciado y amenazado, es otro ejemplo cultural de alternativa legítima y factible a los modelos dominantes. Hoy, la lucha esencial se orienta a consagrar un orden jurídico que lo incluya y regule la actividad. Es hora de un nuevo despertar.



Para empezar, un poco de historia. En nuestro país se identifican tres instancias claves que aplican al proceso de la transformación del trabajo a partir de factores de mercado y del orden político. En primer lugar, los permanentes intentos por desmembrar las organizaciones de base de los trabajadores, cristalizados, al final de la década del 60 y principios de la década del 70, en la elaboración de un plan sistemático de eliminación de todos los referentes y referencias que los históricos movimientos tenían en su acervo político; plan sostenido por el estado en connivencia con la burguesía. Posteriormente, ya superado el proceso de coerción, se reconoce una nueva camada de pseudo dirigentes que se encargará de dilapidar el nombre del sindicalismo en la Argentina. Luego, con el  proceso de desindustrialización a partir de la sustitución de la producción nacional por importaciones, la implementación de la doctrina neoliberal llegó a fuerza de sangre y medidas económicas, con fuerte impacto en las clases populares. Finalmente, la deslocalización de la producción en busca de nuevos mercados que permiten reducir los costos de la mano de obra, la precarización de las leyes laborales y la pauperización de las organizaciones de base terminan por crear el escenario ideal que pondrá en jaque para siempre la función y el rol del trabajo para el conjunto de la sociedad.

La salida de la figura protectora del estado, el deslizamiento de su rol de garante de derechos que regulen la actividad de la sociedad a los fines de mantener el orden y el equilibrio entre los diversos actores, facilitó que el sector privado asuma la potestad sobre el conjunto de la sociedad. Es clave comprender que en los largos 30 años, desde que comenzó a gestarse esta nefasta transformación, se ha trabajado desde diversos lugares para lograr la implantación de políticas que dejan de tener como base de discusión la resolución de problemáticas locales, para convertirnos en un conjunto de recursos (humanos, naturales, sociales, políticos y culturales) a disposición de los grandes mercaderes globales en connivencia con las oligarquías locales.
Cabe preguntarnos entonces, ¿Se ha reconfigurado  la imagen de las empresas, siendo que éstas pasaron a dominar con su discurso la escena, los medios de comunicación, la política y los hogares, posicionando de este modo al empresario y a los diversos tecnócratas en una figura equivalente al estado y a sus organizaciones, con la aplicación del miedo  al desempleo (equivalencia de la pérdida de la dignidad, herencia de otras generaciones) y la persecución y segregación a quien no se alinea,  como criterio aglutinador (más allá de que las ciencias empresariales utilicen eufemismos) con la intención de exponerse como una pseudo nación?  

Autogestionar o hacer social
No puede negarse que, aún en nuestros días, los principios y acciones de la economía de mercado se irradian sobre el conjunto de la sociedad. Pero entendemos que existe otra trama, una red con nudos sólidos que además de resistir, puede contraatacar. La multiplicidad y diversidad de emprendimientos productivos que se configuran bajo la lógica de la autogestión constituye el argumento más sólido para esgrimir que resulta, actualmente, mucho más que una estrategia de resistencia. Actualmente, autogestionar no es resistir; por el contrario, es demostrar que otra lógica es sustentable en el tiempo y capaz de forjar nuevas conciencias para una nueva época social. Desplegada en todos los campos y actividades sociales, la autogestión, al tiempo que se realiza como praxis, se legitima como un nuevo paradigma de producción que se rige por otros principios políticos y visiones del mundo.
El sentido de la autogestión pareciera residir en la intención de transformar no sólo la actividad física en sí que hace al trabajo, sino también las conciencias de las personas y su entorno. Trabajar y transformar parecen estar fusionados en una misma operación, intervenida además por la necesidad de conocer todas las etapas que hacen al proceso productivo, y de poder formalizar esa experiencia para ser transmitida y socializada. Trabajar, transformar y hacer camino al andar. Quienes inician un proceso de autogestión no reniegan de su condición de actores políticos, pero no hay tiempo para la teorización de la acción: nuevamente aquella se conforma mientras se hace. En la autogestión no hay tiempo para perder, ya que el fortalecimiento del paradigma está íntimamente relacionado con la necesidad de transmitir a la sociedad la viabilidad de este modo de ser.
Intelectual, material y social: son las 3 dimensiones del trabajo sintonizado en autogestión. Impactando en diferentes sectores con variadas necesidades coyunturales y estructurales, este mundo está definitivamente anclado en la cuestión social: su objetivo es mejorar la vida de sus integrantes. Autogestionar es poner el cuerpo, asumir el control sobre el sentido del trabajo para asignarle un sentido práctico, legítimo y sustentable. De este modo, la autogestión se hace cultura, se hace sociedad. Emergen y se consolidan identidades, se asignan roles y funciones, se generan nuevos hábitos y conocimientos productivos y políticos... en fin, la vida subjetiva y objetiva se potencia y enriquece. La transformación social deja de ser utopía, para empezar a ser una posibilidad concreta.


Nuevos trabajadores, nuevas leyes

El orden y estado de las cosas, el ideal de la dinámica social, debiera verse reflejado en el aspecto legal de las sociedades. Pero aquello... puede fallar. Actualmente las cooperativas de trabajo, que enmarcan a la actividad autogestionada, se rigen por una ley aprobada durante el gobierno de facto de Lanusse, que atenta contra los trabajadores, haciendo pasar por frágil y precario, un quehacer que es sólido y organizado. Actualmente, la Confederación Nacional de Cooperativas de Trabajo (CNCT) lucha por la sanción de un proyecto de ley elaborado desde las bases mismas de las entidades que la conforman. El asesor legal de la CNCT, Andrés Quintana, nos comenta que “el proyecto tiene dos objetivos; por un lado, busca la promoción y por otro lado, el cooperativismo siempre fue discriminado, sobre todo en algunos sectores específicos, porque fue utilizado por el capitalismo como una herramienta de flexibilización laboral. Más que nada en los '90, cuando ante la pérdida de margen de ganancia de los empresarios, se flexibilizaba una parte de su desarrollo empresarial y se convertían en cooperativas, pero que no cumplían con los principios ni con los valores del cooperativismo de trabajo”.  

El trabajador autogestionado es un trabajador autoregulado, es él quien construye su propio orden. La organización bajo la lógica y sentido de su necesidad lo distingue del trabajador obediente a un capitalista. Pero aquella potencialidad de transformación se ve amenazada por lo descrito previamente: un orden jurídico que no reconoce, o dicho de otra manera, que asigna y dictamina procedimientos que van contra sus valores e ideología. Dice Quintana: “El cooperativismo de trabajo, como empresa, debe tener un proceso organizativo. La virtud es que el trabajador tenga el respaldo de las leyes que defienden a los trabajadores, los horarios convenidos y, a su vez, tenga un beneficio adicional que tiene que ver con ser socio de la cooperativa. Esa fue la primera discusión; de qué hablábamos cuando decíamos trabajador autogestionado, de qué forma se promueve, cómo es esa entidad formada por personas, donde la gran diferencia con las sociedades sin fines de lucro es que lo que domina son las personas y no el capital. Y donde lo que se tendría que estimular sería la participación”.

jueves, 23 de enero de 2014

Diez años de la cartonería más colorinche del mundo




Por Rosario Marina 




La Osa le da la teta a su bebé. Con una mano lo sostiene, con la otra agarra un pincel. Lo mete en el rojo y pinta una tapa de cartón. Alejandro, a dos pasos, parado, pegando el interior de un libro, le hace morisquetas al nene.
De lunes a sábados están ahí, en La Boca, a una cuadra de la Bombonera, armando y pintando libros. La cartonería, como le dicen ellos, nació en 2001 pero La Osa y Alejandro se sumaron años después. Ella vivía en Solano y trabajaba de cartonera. Él estaba en Chile y hacía changas.
Eloísa Cartonera es una cooperativa que lleva editados más de 200 títulos de autores como César Aira, Ricardo Piglia y Rodolfo Fogwill. Después de Washington Cucurto, el fundador del proyecto, el escritor más comprometido con la editorial quizá sea Manuel Alemian. “Él es un ejemplo de escritor porque no solamente edita sino que viene, fabrica los libros y después sale, se carga los libros al hombro y va y los distribuye”, dice Alejandro.  “Agarra el colectivo y se va con la caja. No sé si otro escritor hace eso. Es un mártir de la literatura, realmente”.
Manuel tiene casi todos sus libros editados en Eloísa y acaba de sacar sus obras reunidas. “Uno de comic, uno de cuentos y uno de poesía”, repasa Manuel. “Y se agotaron todos”, dice orgullosa La Osa.
El bebé de Miriam -La Osa- tiene seis meses y tarda mucho en dormirse. En su carrito descansa un libro de tela. Cuando ella cartoneaba, su destino no parecía estar tan cerca de la lectura. Había dejado el secundario porque tenía que salir a trabajar. Los libros significaban, en ese momento, plata para comer. Un día, mientras cartoneaba en La Boca, decidió entrar en la editorial. Habló con la gente y la invitaron a trabajar. Hoy dice que valió la pena cambiar el carro por el cartón.
Aunque la plata de esta cooperativa no les alcance para vivir, Alejandro y La Osa van todos los días, de dos a seis de la tarde, a rodearse de cartones en la editorial más colorinche del mundo; como dicen en su página. Apenas llegan a sostenerla, no saben cuánto entra ni cuánto sale.
En el equipo son seis personas, pero los que trabajan sobre el libro son sólo ellos dos. Los otros cuatro hacen otras tareas: distribuyen, atienden un puesto que tienen hace unos meses en Avenida Corrientes, venden en ferias.
Al principio, en 2005, Manuel publicaba su poesía en Eloísa Cartonera, pero no le daba mucha importancia. Eso fue los primeros años. No confiaba en que el proyecto continuara después de la crisis. Cuando vio que sí, se sumó.
En menos de diez minutos, La Osa ya hizo tres tapas. Manuel sigue con la primera. Es minucioso, se dedica a cada una como una obra de arte. Los libros se secan en el piso de adentro. Algunos debajo de la mesa donde trabajan, otros más cerca de la puerta. Los que hay que sacar más rápido van a la vereda.
Alejandro es chileno. No sabe inglés, por eso el grupo de extranjeros que vienen a visitar la primera editorial cartonera en el barrio de La Boca, trae una traductora. Igual se lo escucha confiado. Habla poco, ya sabe qué decir. La chica conoce la cooperativa, los conoce a todos. Siempre viene con algún contingente nuevo. Las mujeres rubias se sacan fotos con La Osa y su bebé, pero no pintan. Compran uno o dos libros y se van. Están de paso.
En la editorial, a diferencia de otras, no llevan un registro de la cantidad de libros que venden. Van a ferias, ponen su stand, están abiertos al público en la editorial misma en la calle Aristóbulo del Valle, y en Corrientes y Paraná, un puesto de diarios donde venden sus productos, quizás los libros más baratos del mercado. Y no es un decir. Quince, veinte, veinticinco pesos. Los cuadernos eloísos, los únicos que no son pintados a mano, salen a veinticinco.
La autogestión les funciona. “En lo económico hay épocas mejores, otras peores. No da plata. Todos hacemos otras cosas aparte de esto. Da plata pero no te genera ganancias. Te permite sostener el proyecto y ganar un poquito. Lo principal es que el proyecto se sustente y se sigan editando libros”, explica Alejandro, sin despegar las manos del cartón y la pintura.
Aunque su rutina parezca simple, detrás de todo esto hay muchos premios. Uno de ellos, el primero, es el que más les gusta: un muñeco periodista hecho de cucharas. Se los dio la escuela de periodismo TEA. Otro, con el que consiguieron euros pero no les parece tan artístico, fue el Premio Principal Príncipe Claus. Es un pedazo de acrílico con cartón que vino desde Holanda, y los premió por ser una organización de enfoque progresivo y contemporáneo dentro de un tema cultural. En general, los beneficiarios son de África, Asia, América Latina o el Caribe. La fundación subrayó la innovación, creatividad y calidad de la editorial.
El trabajo no es lineal, no es como una cadena en una fábrica. Es de acuerdo a los pedidos, o a lo que tengan ganas de hacer. El cartón, por ejemplo, lo cortaron la semana pasada. Un libro no se hace en un día, salvo que haga falta hacerlo. “No es que yo entro a las dos y a las seis tengo el libro. Es más dinámico”, dice Alejandro. 
Les cuesta bastante conseguir cartón. Hay algunos cartoneros que ya conocen, pero no van siempre los mismos. Tienen dos o tres regulares, pero a veces no llegan, entonces no hay cartón. Les pagan por caja, no por kilo. Por una caja les dan lo que a ellos les pagan por un kilo: 0,25 centavos. En un kilo entran cuatro o cinco cajas. La Osa fue la única que arrancó como cartonera y después se quedó a trabajar en la cooperativa.
Alejandro se vino hace cinco años y un día. Así lo dice. La Osa dice que él empezó en Eloísa Cartonera por amor, pero Alejandro no explica nada más. Él trabaja, además, en otra editorial, esa sí más comercial, donde edita poesía. “Nunca tuve nada que ver con editoriales, son accidentes en la vida. Sólo acá en Argentina trabajé de esto”.
Salvo la gente que lo empezó, el proyecto se sustenta a base de inclusión. Uno llega, charla, toma un mate, pinta una tapa y se queda. Pintar es relajante, despeja la mente, no parece que uno estuviera trabajando. Cada tapa es distinta, porque cada instante es distinto. De felicidad alguno, de tristeza otro. De buena onda todos. “Acá si visitás y no hacés nada es el lugar más aburrido del mundo. La gente se queda porque hace algo. La mayoría de las personas que se quedó, se quedó así. Lo demás son visitas”, dice Alejandro.
En 2003, Cucurto viajó con Javier Barilaro a intentar vender sus libros a Chile. Pero fue imposible, el precio del papel se había disparado. Por eso pensó, junto con sus compañeros, qué pasaría si compraban el cartón a los cartoneros que recorrían Buenos Aires y unas resmas de hojas A4 para armar artesanalmente libros muy baratos. "En ese momento, con los precios disparados, la única manera de seguir imprimiendo era usando el cartón que recogíamos de la calle. Eloísa surgió con lo que teníamos a mano", dice su fundador.

La editorial que tenían se llamaba Ediciones Eloísa. Con este cambio, pasó a ser Eloísa Cartonera. Su base fue, desde el inicio, la autogestión. El primer taller estuvo en Almagro. Cinco años después se mudaron a La Boca. Y lo que los distingue: los dibujos artísticos, collages e imágenes coloridas en sus tapas de cartón.
Piglia dijo, en su momento, que Eloísa era parte de "estas nuevas redes que se están creando en la Argentina, un modo en que los escritores encuentran formas de conectarse con las nuevas situaciones sociales". Fogwill la describió "como recordatorio de la condición lumpen y marginal de toda buena literatura".
La Legislatura porteña los declaró sitio de interés social y cultural en 2009. A ellos no les significa mucho, pero están seguros que en algún momento los va a ayudar. Sólo les dieron un diploma. Hace unos días ganaron otro premio: Democracia 2013 de Caras y Caretas. En la premiación van a estar con Lula Da Silva en el Congreso. “Cosas que pasan en esta cartonería”, se ríen.
Por imitación. Así nacieron las más de 100 editoriales cartoneras que hay en el mundo. Primero fueron las de los países limítrofes. Después al interior de Argentina, y al final ya les perdieron el rastro, tienen vida propia. “Es como decían: el peronismo sin Perón, esto sería la cartonería sin Eloísa Cartonera”, dice Alejandro.
Al principio, la gente les pedía permiso, y ellos se ponían contentos. A las primeras las ayudaron a formarse. La de Brasil por ejemplo, en 2006, donde algunos de los integrantes de Eloísa fueron a la Bienal de San Pablo y les enseñaron a armarse.
En Argentina, acompañaron a la editorial de los presos del penal de máxima seguridad de Florencio Varela. Empezaron a dar talleres porque un abogado de La Plata se los propuso y les dio el acceso. Iban los presos con mejor conducta. Era un premio ir a hacer el taller. Llegaron, incluso, a hacer uno de armado de libros, donde entraron con un cuchillo. Después los presos siguieron haciendo los libros, y ahora tienen su propia editorial.
Hace unos meses, las de Europa hicieron un congreso en Barcelona. Lo curioso: son países donde no hay cartoneros. Es más la inspiración de que sea un libro hecho de cartón, pero ni hablar de cooperativa ni nada. Se copian sólo la forma de hacer el libro.
Las que empezaron, la brasilera, la chilena y la paraguaya eran más parecidas a Eloísa. De alguna manera estaban relacionadas con los cartoneros. Las más actuales son estudiantes o escritores que tienen la inquietud de publicar y no pueden acceder a una editorial comercial. Cada caso es distinto. Hay algunas dentro de una cárcel, otras dentro de una facultad del Estado, como la de Córdoba, hay gente, incluso, que le da tanto énfasis a lo artístico que las tapas parecen cuadros.
“Nosotros le dedicamos todo nuestro tiempo y energía a eso. Esto es a lo que nos dedicamos. Si hacemos otras cosas es por una cuestión económica. Otras cartonerías no. Tiene su trabajo, estudian, y en su tiempo libre hacen esto. Para ellos es un hobby, o una inquietud”, explica Alejandro.
La editorial brasilera la fundó una artista plástica que trabaja con hijos de cartoneros que aprenden a hacer los libros, tienen talleres de fotografía, de literatura. La de Paraguay tiene mucha producción, saca libros en guaraní, en portuñol. Hay para todos los gustos.
El 17 de octubre cumplieron 10 años. En vez de organizar una megafiesta, hicieron eventos chicos durante todo el año. No son muy fiesteros, así que prefirieron las presentaciones. Para ellos fue un año de conmemoración. Armaron una colección especial, donde publicaron las obras reunidas de algunos autores, entre ellos la de Manuel Alemian, el mártir de la literatura. Como sello de su carisma llamaron a la colección Amigos de la Carto.
Con unos minutos, entre mates, acrílicos y cartón, es fácil sentirse amigo de Eloísa Cartonera.

mail: bellezacartonera@hotmail.com