El modelo autogestivo de producción ya no se limita a la supervivencia económica ni a hacerse cargo de los fracasos capitalistas. Silenciado y amenazado, es otro ejemplo cultural de alternativa legítima y factible a los modelos dominantes. Hoy, la lucha esencial se orienta a consagrar un orden jurídico que lo incluya y regule la actividad. Es hora de un nuevo despertar.
Para empezar, un poco de
historia. En nuestro país se identifican tres instancias claves que aplican al
proceso de la transformación del trabajo a partir de factores de mercado y del
orden político. En primer lugar, los permanentes intentos por desmembrar las
organizaciones de base de los trabajadores, cristalizados, al final de la
década del 60 y principios de la década del 70, en la elaboración de un plan
sistemático de eliminación de todos los referentes y referencias que los
históricos movimientos tenían en su acervo político; plan sostenido por el
estado en connivencia con la burguesía. Posteriormente, ya superado el proceso
de coerción, se reconoce una nueva camada de pseudo dirigentes que se encargará
de dilapidar el nombre del sindicalismo en la Argentina. Luego, con el proceso de desindustrialización a partir de
la sustitución de la producción nacional por importaciones, la implementación
de la doctrina neoliberal llegó a fuerza de sangre y medidas económicas, con
fuerte impacto en las clases populares. Finalmente, la deslocalización de la
producción en busca de nuevos mercados que permiten reducir los costos de la mano
de obra, la precarización de las leyes laborales y la pauperización de las
organizaciones de base terminan por crear el escenario ideal que pondrá en
jaque para siempre la función y el rol del trabajo para el conjunto de la
sociedad.
La salida de la figura protectora del estado, el deslizamiento de su rol de garante de derechos que regulen la actividad de la sociedad a los fines de mantener el orden y el equilibrio entre los diversos actores, facilitó que el sector privado asuma la potestad sobre el conjunto de la sociedad. Es clave comprender que en los largos 30 años, desde que comenzó a gestarse esta nefasta transformación, se ha trabajado desde diversos lugares para lograr la implantación de políticas que dejan de tener como base de discusión la resolución de problemáticas locales, para convertirnos en un conjunto de recursos (humanos, naturales, sociales, políticos y culturales) a disposición de los grandes mercaderes globales en connivencia con las oligarquías locales.
Cabe
preguntarnos entonces, ¿Se ha reconfigurado la imagen de las empresas,
siendo que éstas pasaron a dominar con su discurso la escena, los medios de
comunicación, la política y los hogares, posicionando de este modo al
empresario y a los diversos tecnócratas en una figura equivalente al estado y a
sus organizaciones, con la aplicación del miedo al desempleo
(equivalencia de la pérdida de la dignidad, herencia de otras generaciones) y
la persecución y segregación a quien no se alinea, como criterio
aglutinador (más allá de que las ciencias empresariales utilicen eufemismos)
con la intención de exponerse como una pseudo nación?
Autogestionar o hacer social
No puede negarse que, aún en
nuestros días, los principios y acciones de la economía de mercado se irradian
sobre el conjunto de la sociedad. Pero entendemos que existe otra trama, una
red con nudos sólidos que además de resistir, puede contraatacar. La
multiplicidad y diversidad de emprendimientos productivos que se configuran
bajo la lógica de la autogestión constituye el argumento más sólido para
esgrimir que resulta, actualmente, mucho más que una estrategia de resistencia.
Actualmente, autogestionar no es resistir; por el contrario, es demostrar que
otra lógica es sustentable en el tiempo y capaz de forjar nuevas conciencias
para una nueva época social. Desplegada en todos los campos y actividades
sociales, la autogestión, al tiempo que se realiza como praxis, se legitima
como un nuevo paradigma de producción que se rige por otros principios
políticos y visiones del mundo.
El sentido de la autogestión
pareciera residir en la intención de transformar no sólo la actividad física en
sí que hace al trabajo, sino también las conciencias de las personas y su
entorno. Trabajar y transformar parecen estar fusionados en una misma operación,
intervenida además por la necesidad de conocer todas las etapas que hacen al
proceso productivo, y de poder formalizar esa experiencia para ser transmitida
y socializada. Trabajar, transformar y hacer camino al andar. Quienes inician
un proceso de autogestión no reniegan de su condición de actores políticos,
pero no hay tiempo para la teorización de la acción: nuevamente aquella se
conforma mientras se hace. En la autogestión no hay tiempo para perder, ya que
el fortalecimiento del paradigma está íntimamente relacionado con la necesidad
de transmitir a la sociedad la viabilidad de este modo de ser.
Intelectual, material y
social: son las 3 dimensiones del trabajo sintonizado en autogestión.
Impactando en diferentes sectores con variadas necesidades coyunturales y
estructurales, este mundo está definitivamente anclado en la cuestión social:
su objetivo es mejorar la vida de sus integrantes. Autogestionar es poner el
cuerpo, asumir el control sobre el sentido del trabajo para asignarle un
sentido práctico, legítimo y sustentable. De este modo, la autogestión se hace
cultura, se hace sociedad. Emergen y se consolidan identidades, se asignan
roles y funciones, se generan nuevos hábitos y conocimientos productivos y
políticos... en fin, la vida subjetiva y objetiva se potencia y enriquece. La
transformación social deja de ser utopía, para empezar a ser una posibilidad
concreta.
Nuevos
trabajadores, nuevas leyes
El
orden y estado de las cosas, el ideal de la dinámica social, debiera verse
reflejado en el aspecto legal de las sociedades. Pero aquello... puede fallar.
Actualmente las cooperativas de trabajo, que enmarcan a la actividad
autogestionada, se rigen por una ley aprobada durante el gobierno de facto de
Lanusse, que atenta contra los trabajadores, haciendo pasar por frágil y
precario, un quehacer que es sólido y organizado. Actualmente, la Confederación
Nacional de Cooperativas de Trabajo (CNCT) lucha por la sanción de un proyecto
de ley elaborado desde las bases mismas de las entidades que la conforman. El
asesor legal de la CNCT, Andrés Quintana, nos comenta que “el proyecto tiene dos objetivos;
por un lado, busca la promoción y por otro lado, el cooperativismo siempre fue
discriminado, sobre todo en algunos sectores específicos, porque fue utilizado
por el capitalismo como una herramienta de flexibilización laboral. Más que
nada en los '90, cuando ante la pérdida de margen de ganancia de los
empresarios, se flexibilizaba una parte de su desarrollo empresarial y se
convertían en cooperativas, pero que no cumplían con los principios ni con los
valores del cooperativismo de trabajo”.
El
trabajador autogestionado es un trabajador autoregulado, es él quien construye
su propio orden. La organización bajo la lógica y sentido de su necesidad lo
distingue del trabajador obediente a un capitalista. Pero aquella potencialidad
de transformación se ve amenazada por lo descrito previamente: un orden
jurídico que no reconoce, o dicho de otra manera, que asigna y dictamina
procedimientos que van contra sus valores e ideología. Dice Quintana: “El
cooperativismo de trabajo, como empresa, debe tener un proceso organizativo. La
virtud es que el trabajador tenga el respaldo de las leyes que defienden a los
trabajadores, los horarios convenidos y, a su vez, tenga un beneficio adicional
que tiene que ver con ser socio de la cooperativa. Esa fue la primera
discusión; de qué hablábamos cuando decíamos trabajador autogestionado, de qué
forma se promueve, cómo es esa entidad formada por personas, donde la gran
diferencia con las sociedades sin fines de lucro es que lo que domina son las
personas y no el capital. Y donde lo que se tendría que estimular sería la
participación”.
hay que empezar a difundir y trabaqjar desde ayer para que tambien los trabajadores mas explotados sepan que la fuerza y el esfuerzo del trabajoes de ellos y de nadie mas
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