Por Rodrigo Rapoport
Quisiera permitirme reflexionar
un poco sobre el por que vivimos en democracia. Quizás pocos se cuestionen eso
pero es algo que siempre estuvo, para bien y para mal. Vivimos en una
democracia representativa. Los gobernantes que son votados por los gobernados
toman las decisiones supuestamente para encontrar el bien común de todos y
efectuarlos. Ellos deben buscar satisfacer la resolución de todos los conflictos
como dar solución a nuestras necesidades básicas.
El problema es el siguiente: Las
necesidades básicas de los seres humanos, ¿están resueltas? Y con esto me
refiero a un techo que nos cubra del
frio y del calor, agua para beber y
bañarse, ropa para vestirse y
abrigarse, transporte para
movilizarse y comida (en la cual nos
detendremos más adelante). Sabemos que en el mundo occidental existen cada vez más
los “homeless” cuando sobra el metro cuadro de tierra por habitante para
construir cualquier tipo de bioarquitectura. El agua potable es uno de los
asuntos mas complejos ya que el acceso se complejiza para 800 millones de
habitantes del mundo, cuando es reconocido que hay muchos mecanismos para ir
mejorando esta situación pero todo depende de como nos relacionamos con nuestro
medio ambiente. Y si seguimos con las últimas
tres, son la demostración de esta sinergia recientemente negativa entre los
seres humanos y el medioambiente. La tecnología predominante en nuestras
sociedades va en contra de la naturaleza, pensando que se puede manipular,
cuando solo utilizando y entendiendo sus ciclos es que podremos vivir armónicamente
y volver a retomar la soberanía de nuestras necesidades básicas.
¿Cuando compramos realmente
leemos los componentes con los cuales fue realizado ese producto? ¿Sabemos si
lo que vamos a comer nos va producir mayor salud o nos va producir algún tipo
de pesadez o una simple enfermedad? ¿Nuestros abuelos conocieron más o menos
especies de hortalizas y frutas que nosotros? ¿Qué podemos esperar de nuestra
alimentación cuando queremos comer todo lo mismo durante todo el año? Los
números no mienten. Supuestamente, luego de la Revolución Verde tan prometida
después de los setenta, pareciera que la salud de las enfermedades “auto-inmunes”
se despegaron conjuntamente con el valor del petróleo. Perdimos la idea básica
de dónde venía nuestro alimento, de cómo sembrarlo y cosecharlo, de cómo
utilizarlo en nuestras cocinas. Las antiguas redes de intercambio de semilla pasaron
a ser algo que perdimos y estamos volviendo a recuperar.
Entonces la pregunta es: ¿Quién
ha decidido o consentido esta visión donde perdimos la soberanía? O mejor
dicho, ¿importa esta pregunta o es preferible descubrir que somos soberanos sin
saberlo? Thomas Jefferson, uno de los principales padres fundadores de
Norteamérica, mencionaba que no había posibilidad de una democracia sin hombres
y mujeres que pudieran tener autonomía económica, ya que podrían ser manipulados.
En este sentido, este filósofo político veía un mundo descentralizado, pensado
como pequeñas redes de campesinos que buscaban la mejoría de sus localidades a
través de actividades que promocionaban mayor autonomía y sinergia entre
partes. ¿Qué ha pasado con esa visión democrática? Quizás lo más importante sea
comprender que este pensador llegó a advertir las consecuencias negativas de no
actuar como soberanos de nuestras necesidades básicas.
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