martes, 10 de junio de 2014

Arma de destrucción masiva es la exclusión social.

La seguridad actualmente consiste en excluir. Se materializa en la ejecución y/u omisión de acciones, por parte de ciertas organizaciones sociales, que buscan incidir sobre el marco político del ser y hacer democrático y soberano de las comunidades. Es un concepto clasista, una expresión ideológica que glorifica la defensa inalienable de los bienes materiales individuales y/o de grupos de interés 

Circula por los aires de la ciudad un discurso excluyente respecto a la seguridad. De la misma manera en que gritamos durante una discusión, cuando perdemos la razón y solo nos importa imponer a toda costa nuestra voz por encima de alguna otra, la sociedad grita y exige seguridad. ¿Pero qué quieren cuando quieren seguridad? No lo saben; como tampoco saben que hacen caldo de cultivo para que otras voces, sin necesidad de gritos, puedan acallar todas las demás y hacerse hegemónicas.

La seguridad actualmente consiste en excluir. Se materializa en la ejecución y/u omisión de acciones, por parte de ciertas organizaciones sociales, que buscan incidir sobre el marco político del ser y hacer democrático y soberano de las comunidades. Es un concepto clasista, una expresión ideológica que glorifica la defensa inalienable de los bienes materiales individuales y/o de grupos de interés. Debe ser ejercida sobre el hecho social del robo y su naturalizada fuente original: los marginados sociales. Son ellos a quienes se debe sofocar mediante el despliegue de los dispositivos de seguridad sancionados: los sectores históricamente postergados, históricamente estigmatizados, los desafiliados sociales. O sencillamente, los pobres.

Dividir es, de alguna manera, distribuir. El Rey Lear divide sus territorios, distribuye sus terrenos a sus hijas y, con ellos, las riquezas que contienen. Divide y reinarás. El concepto de seguridad que construyen e imponen los sectores dominantes y representantes del capital alienta la fragmentación social: fragmenta y oprimirás (aun más). Fragmentación territorial y simbólica que se consolida en la emergencia de “zonas francas” del Estado, en las cuales la cuestión social es desatendida, no se ejerce poder alguno. La vida desprotegida, marginados y desprotegidos. Es el Estado de la Des-socialización.
Lazo social fragmentado, las instituciones de socialización quebradas y des-configuradas. La pérdida de sentido del ser y hacer es un síntoma de moda en los tiempos que nos toca vivir. En este contexto, las nuevas narrativas políticas, que empiezan a emerger y a mutar constantemente desde la crisis de 2001, encuentran nuevas posibilidades lingüísticas y simbólicas para sus relatos, mitos y prácticas; y al capitalismo se le ofrecen nuevos impulsos para su mercado y la generación de más (y nuevos) deseos consumistas.
¿Y el Estado del Derecho (humano)? El Estado argentino, durante la última década, planteó innovaciones y pequeñas revoluciones en materia de seguridad humanitaria. La clave radica en la reglamentación de Defensa Nacional, sancionada en 1988, reglamentada en los primeros meses de gestión de Néstor Kirchner: las Fuerzas Armadas retiradas del ámbito civil; creación del Ministerio de Seguridad; democratización de las Fuerzas Armadas y la Policía Federal; inicio, desarrollo e intensificación de los juicios contra los crímenes cívicos-militares registrados durante la última dictadura cívico-militar. Y además -al menos-, la intención política de construir un país con más y mejor inclusión social.

La situación es sensible. Observamos instituciones sociales, grupos de poder económico y simbólico monopólicos que exhiben además poder político de hecho, sin necesidad de participación política en espacios formales donde las prácticas puedan ser institucionalizadas, legales y legítimas. Están en la clandestinidad política, armados hasta los dientes, atacan sin disparar balas, sin usar siquiera pólvora. Utilizan discursos y símbolos de destrucción masiva. 
Al proceso de institucionalización de las prácticas sancionadas para el hacer de la seguridad, le corresponde una fuente de nutrición discursiva, simbólica, material y de praxis. Entendemos que existen dos bandos en pugna. Por un lado, el hegemónico y estigmatizador. Se trata del que representa a los actuales sectores dominantes que pregonan la fragmentación social y el casi irremediable enfrentamiento social. Si lo caracterizáramos como desestabilizador del orden democrático, no estaríamos tan errados. Por otro lado, el discurso que busca atender y compensar las “fallas” del legado neoliberal, pero que convive con un Estado ausente para generar las transformaciones estructurales, culturales, políticas y económicas imprescindibles en la construcción de un nuevo orden social más justo y equitativo. Nos referimos al discurso gubernamental. En términos y estrofas populares, “…ensayo general para la farsa actual, teatro anti-disturbio…”.
La situación es sensible. Observamos instituciones sociales, grupos de poder económico y simbólico monopólicos que exhiben además poder político de hecho, sin necesidad de participación política en espacios formales donde las prácticas puedan ser institucionalizadas, legales y legítimas. Están en la clandestinidad política, armados hasta los dientes, atacan sin disparar balas, sin usar siquiera pólvora. Utilizan discursos y símbolos de destrucción masiva.
Entendemos que la seguridad es otra lucha de clases en desarrollo. Protagonizada por sectores que excluyen y sectores excluidos. Es una lucha de clases velada, donde las operaciones ideológicas son constantes, desviando la mirada de donde debe ser puesta, de donde se generan las raíces que deben cuidarse para que germine y florezca una seguridad social que incluya; no lo contrario. Las operaciones ideológicas en curso reclaman la libertad de comercio y el cuidado y conservación de sus propias lógicas. De la amenaza a esos principios es que se  trata la inseguridad según el discurso hegemónico, solo que lo dicen de otra manera, solo que lo muestran de otras maneras.  

La seguridad será colectiva, será social o no será nada. No habrá seguridad sin integración social. No habrá seguridad sino hasta que los esfuerzos, centrados en la producción y consumo de mercancías, sean reemplazados  por acciones en pos del desarrollo humano y social de los hombres y mujeres. 
  
Santiago Nogueira - José Muñiz 

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