viernes, 20 de septiembre de 2013

NINGÚN SOFTWARE NACE OPRIMIDO (Parte I)



Nota: SANTIAGO NOGUEIRA
Entrevistas: AXEL SPRINGER / JULIA VARELA / GIULIANA CERVI / TAMARA ZYLBERSZTEJN

La trama tecnológica que conforma a los sistemas operativos dista de ser inocente y apolítica. La sociedad construye y opera sus herramientas bajo mandatos teóricos que responden a diversas concepciones del orden social y cultural. RPA entrevistó a especialistas del tema para dilucidar qué hay más allá del hardware y los íconos de los escritorios virtuales.


PARA INICIAR PRESIONE UNA TECLA CUALQUIERA
Detrás del hardware, la ideología. Sistemas ope­rativos y aplicaciones que regulan las actividades y rendimientos de nuestras herramientas tecnoló­gicas más modernas, configuran el ámbito de otra lucha por la soberanía cultural en el marco de la era de la información. El software es un objeto ideológico, que se va configurando como un inter­mediario estratégico para el desarrollo de socie­dades liberadas de las diversas formas de opresión vigentes. La apropiación del software, entonces, en el marco de la resistencia, crítica y ataque al paradigma liberal, es otra contienda que no debe ni puede ser ignorada en nuestros días.
Si nuestra sociedad deposita progresiva e irre­flexivamente más responsabilidades sobre el uso de dispositivos regulados por software, debe dar­se la discusión en torno a qué tipo de software recurrir, por qué, cómo, quiénes… cuestiones bá­sicas de conocimiento para la construcción de una sociedad democrática y sustentable. En otras pa­labras: correr el velo tecno-ideológico que cubre el estado actual de las cosas.

TODO SOFTWARE ES POLÍTICO

El problema es con lo intangible. ¿Cómo demostrar la trascendencia política y cultural del asunto ante una sociedad que organiza sus prioridades asocia­das a la materialización exacerbada de las ideas?

“Yo estoy a favor de que las máquinas sean soberanas y no dependan de ninguna corpo­ración… No es fácil entender la libertad del software. Las reservas de Repsol ahora son de YPF, ahí es claro y tangible. Pero en el caso del software, al ser intangible, es más compli­cado comprender la soberanía tecnológica. Por ejemplo, en el fallido golpe de Estado al co­mandante Chávez en Venezuela se cortó toda la producción petrolera sin disparar un solo tiro, simplemente a través del software priva­tivo. Desde la central de Microsoft en Redmond bloquearon toda la industria petrolera, es ahí donde se ve si el software tiene ideología. Des­de ese momento la comunidad de software libre de Venezuela levantó todos estos sistemas.”

Esto lo cuenta Javier Castrillo, responsable de CENITAL (Centro Nacional de Investigación y Desa­rrollo de Tecnologías Libres) y del primer sistema operativo argentino, libre y sin ataduras: Huayra. El software se ha consolidado, silenciosamente, como una arena política vital para la lucha por la dominación y liberación de las sociedades. Ade­más de información, el software contiene defini­tivamente poder político. De este modo emerge la pregunta por el ejercicio de ese poder. ¿Puede acaso un Estado constituirse como organizador legítimo y monopólico del orden social, desen­tendiéndose del control operativo de sus sistemas informáticos de gestión y participación política? El soberano debe ser capaz, debe tener la virtud de integrar esta cuestión social a la conciencia de la voluntad general.

¿Se puede concebir un Estado independiente, ejerciendo la soberanía política, económica y cul­tural si su burocracia informática es adquirida a corporaciones forasteras? Gobernar, software pri­vativo mediante, implica arriesgar la seguridad de la información generada, administrada y comuni­cada, haciendo peligrar cualquier tipo de acción política estatal. La libertad de los individuos, su integración como ciudadanos con derechos y deberes adquiridos no puede enmarcarse en un cuadro semejante. El Estado debe ser libre de opresiones externas a la voluntad del pueblo que lo compone, legitima y empodera a sus autorida­des. Las corporaciones tecnológicas privadas que van detrás de la dominación y control de los go­biernos deben ser desterradas. El fortalecimiento tecnológico de las naciones debe figurar, inexora­blemente, en sus programas de descolonización cultural frente a las coacciones políticas y econó­micas extrañas a sus intereses más genuinos.

MODO A PRUEBA DE FALLOS

“En el 2001 se produjo una situación de res­tricción muy grande en el presupuesto, espe­cialmente relacionado con los productos que venían facturados en dólares. Y a su vez, éstos eran escasos. Se produjo una situación que nos llevó a restringir todo lo posible el consumo de productos importados.
No podíamos prescindir del hardware y los equipos, pero había alternativas en el caso del software. Siempre existieron las opciones de desarrollo propio y alternativo, y las bus­camos en productos que venían sin licencias. En realidad, el primer impulso fue la necesi­dad de reducir los costos y nos encontramos con alternativas muy maduras y buenas técni­camente, con muchas posibilidades de exten­derse. Nos interesó el hecho de que fueran de código abierto, de que pertenecieran a una comunidad que hable y acepte mejoras y cola­boraciones. Así fue como empezamos a buscar alternativas para sustituir productos licencia­dos e implementarlos en productos con menos riesgos… Nosotros nos acercamos al software libre a través de una necesidad económica pro­ducto de la crisis, y encontramos productos maduros que nos sirven para nuestros equipos. Pero además, nos encontramos con una filoso­fía que desde el punto de vista de la forma de producción y distribución, es muy parecida a nuestra filosofía.”

Esta historia, de cómo una organización social en­cuentra refugio en los brazos del software libre, seguramente pueda parecerse a otras tantas en aquellos meses de convulsión y escasez económi­ca de la temporada de verano iniciada en diciem­bre de 2001. El caso del Banco Credicoop, narrado más arriba por su gerente de informática, Pablo Recepter, evidencia la ineludible faceta econó­mica de este fenómeno, pero que bajo ninguna circunstancia puede desplazar a la filosófica. Los hombres hacen historia en circunstancias que le son dadas, impuestas “naturalmente”. Pero nada determina los resultados de su praxis. Ante la fal­ta de recursos, endeudarse es una opción, pero no la única. Apostar por la industria y el trabajo nacional, aun implicando grandes desafíos, es una opción viable y más que legítima.


El giro en la concepción del rol de la economía en nuestra sociedad, del Estado como máximo responsable de su regulación, no puede darse sin re-adecuaciones en otras áreas. La producción tecnológica, software libre y programación a có­digo abierto, se impone como cuestión de Estado. A su vez, aquél no puede dejar de acompañar y resguardar las nuevas lógicas que se van constru­yendo y consolidando en otros campos. Es incohe­rente planificar acciones de gobierno que vayan detrás de la recuperación soberana de la praxis política, si sus estructuras digitales se configuran mediante los comandos de empresas transnacio­nales, íntimamente vinculadas a los grupos eco­nómicos y políticos que conciben al Mercado como gerente de los recursos económicos y culturales de los pueblos.

Para que quede claro: dime qué software utilizas, y te diré quién eres. Esta elección no es inocente y mucho menos en los niveles de responsabilidad cultural que hacen a los organismos públicos de gestión. El sistema operativo seleccionado deter­mina la relación social de la que es intermediario. La determina definitivamente, ni siquiera ejerce un condicionamiento. El software privativo asigna roles bien marcados, disciplina rígidamente a los usuarios que son sometidos, o que aún se someten “voluntariamente” a su lógica. Entendemos, en­tonces, que las administraciones públicas deben no solo alentar, sino también estructurarse bajo los principios filosóficos y culturales de los siste­mas operativos abiertos.

La soberanía es una condición plena, jamás par­cial o fraccionada. Los Estados no deben habilitar a las corporaciones transnacionales de la industria tecnológica a que los dominen; son ellos los que deben dominar a las corporaciones. Aquellas cues­tiones centrales que hacen a la regulación de la comunidad al amparo del Estado, deben ser regu­ladas principalmente, y en algunos casos monopó­licamente, por éste. Solo el software libre asegura la verdadera libertad de los usuarios. El software privativo asegura la libertad de consumo. Bien sabemos que esta última es de tipo condicional, accesible a quienes pueden pagar la fianza que es­tablezca la jurisprudencia del mercado de bienes materiales… y simbólicos.

¿Cómo construir soberanía? ¿Es una tarea exclu­siva del Estado? ¿De qué manera legitimar esa construcción, cómo consolidarla? Entendemos que el mencionado órgano ejerce una tarea central y primordial, pero que debe sustentarse y aunar es­fuerzos con otros actores. Uno de ellos es el siste­ma educativo.

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