Sobre prácticas de empoderamiento y consumo responsable.
Por Cristina Gil Guevara
EN PRINCIPIO…La mayoría de quienes nos asumimos como mujeres, menstruamos. Menstruar no es sólo esprenderse de un óvulo no fertilizado una vez por mes y hacerlo evidente en el sangrado. Menstruar implica el hecho innegable de que todos nuestros actos, sentimientos y sensaciones se acoplan a un ciclo cuyas características serían mucho más sencillas de identificar si nos mostrarán más que una visión biologicista del proceso o, lo que es peor aún, una perspectiva estereotipada según la cual las mujeres somos gracias a nuestro ciclo: “inestables”, “chifladas”, “incomprensibles”, etc., etc., etc.
Seguramente, si nos dedicáramos a realizar una revisión histórica de la menstruación y cómo ésta ha sido asimilada por las distintas culturas, nos sorprendería encontrar evidencias de que ella no siempre fue el sucio estigma con el que cargamos las mujeres. Mucho antes de que las religiones impusieran una espiritualidad patriarcal que subyuga la naturaleza femenina, la menstruación
era vista en diversas culturas originarias como una cualidad más que como un “defecto biológico” o
una “impureza espiritual”. Se la llegó a considerar el vínculo sagrado que unía a la humanidad toda con la naturaleza en la medida en que hermanaba su ciclo al de la luna y garantizaba el justo equilibrio entre los seres humanos y el universo. Hoy esa concepción no es la que prima y en muchos espacios puede llegar a parecer ridícula. Ciertamente, la mayoría de nosotras ha sido tan bien formada en pro del desconocimiento de nuestra naturaleza que la menstruación es algo que se sufre, que da asco, vergüenza y que aún no termina de comprenderse y aceptarse. En el marco de la sociedad capitalista patriarcal, menstruar duele…
EN ESTE CONTEXTO…
Resulta imperioso reconocer que así como la tarea de dominación de los poderosos ha sido constante y eficaz en gran medida, la lucha de resistencia que desde siempre han mantenido nuestros pueblos ha sido también meritoria y, de hecho, la única razón por la cual aún podemos albergar alguna confianza en el futuro, en otro mundo posible.
Desde diversos rincones del planeta surgen movimientos populares que abrazan nuevas prácticas y proponen nuevas formas de relaciones más armónicas y más respetuosas con el espacio que habitamos. De poco serviría teorizar al respecto (aunque resulta interesante acercarse a conceptos como “ecofeminismo” y su impronta en nuestra América), lo importante será siempre acompañar esas prácticas con la conciencia de que sólo los actos transformadores lograrán ayudarnos a avanzar en la construcción de una nueva sociedad. Una de esas prácticas de empoderamiento es el uso de alternativas ecológicas para el acompañamiento del sangrado menstrual, práctica que desde principios del año 2000 se ha ido multiplicando silenciosa pero férreamente entre mujeres de todo el mundo. Podría tratarse, sin duda alguna, de los primeros pasos de una ecorevolución que avanza empujada por las necesidades cada vez más urgentes que exigen una transformación de nuestros hábitos de consumo.
Pero… ¿Por qué
habríamos de desechar las opciones que impone el mercado? Visto desde distintas
perspectivas, las razones paradarle la espalda a los productos desechables que ofrece el gran
mercado son muchas. Desde el punto de vista. Pero… ¿Por qué habríamos de
desechar las opciones que impone el mercado? Visto desde distintas
perspectivas, las razones para ecológico, debemos hacer consciente el
hecho de que estas compañías ofrecen productos elaborados con algodón y rayón,
blanqueados con dioxin, aromatizados con cualquier cantidad de químicos tóxicos
y portadores de geles y polvos químicos altamente dañinos para la salud y el
ambiente. Nos dicen, aun así, que debemos confiar en su higiene pero ¿quién
no se ha topado con pegamento derramado sobre la capa de algodón-rayón que
entrará en contacto con nuestras pieles? No, no son productos higiénicos.
Son elaboraciones altamente tóxicas que se convierten en desechos sólidos cuyo
destino es el tacho de la basura y posteriormente años y años en vertederos,
mares, ríos y lagos. Nos dicen, además, que nuestra sangre menstrual es
digna de eso. Se trata, ni más ni menos, de productos altamente contaminantes y no degradables que
ponen en riesgo nuestro presente y nuestro futuro. Todos esos elementos
desechables que ompramos, usamos y
tiramos, tendrán una existencia superior a la nuestra y además, seguirán
comprometiendo la salud de nuestros hijos y nietos. Cada toallita que
tiramos al tacho permanecerá sobre la faz de la tierra entre 200 y 500 años. ¿Son
una herencia digna para las futuras generaciones?
Desde un punto de
vista que ponga en alta estima la salud humana, las toallitas y tampones
desechables constituyen elementos de gravísimo impacto. Aunque casi todas las
compañías encargadas de su fabricación han conseguido permisos sanitarios (el
dios dinero todo lo puede en el mundo capitalista), se hace evidente en la
falta de información que ofrecen estos productos en sus respectivos empaques y
en la incapacidad contraargumental y exposiciones contradictorias que los
elementos químicos utilizados para su fabricación pueden llegar a ser nocivos
para la salud de la mujer que los usa. Dioxinas, rayón y plástico son los
elementos más comunes contenidos en estos objetos de consumo.
Sus efectos
están vinculados con infecciones, hongos, endometriosis, cáncer cervical,
infertilidad y síndrome de shock tóxico. Además, mucho se ha dicho sobre la
posibilidad de que en algún momento empresas fabricantes de toallas y tampones
hayan incorporado asbesto en sus productos con la finalidad de provocar más
sangrado y por ende, mayor demanda y consumo.
Razones económicas
que abogan por buscar nuevas opciones aducen que debemos romper con la
dependencia que hemos asumido de este tipo de elementos. No es lógico que una
mujer destine parte importante de su presupuesto familiar mensual a adquirir
productos desechables por una razón tan natural como lo es el ciclo menstrual.
No deberíamos pagar por ser mujeres. No deberíamos sacar dinero de nuestros
bolsillos para costear daños a nuestra salud, daños a nuestro ecosistema y
daños incluso a nuestra propia salud mental: los descartables son producto
de una escasa comprensión de la naturaleza femenina y por ende, reproducen su
no aceptación en las mujeres que los usan; han generado y sostenido el tabú
alrededor de la menstruación para vender productos que tienden a estigmatizar
la sangre menstrual, vinculándola con una situación típica femenina de
incomodidad, desagrado e inestabilidad. Teniendo a mano y desde siempre
opciones naturales reutilizables, el presupuesto familiar bien podría liberarse
de estos gastos que actualmente han llegado a considerarse groseramente una “necesidad básica”.
Finalmente, desde
el punto de vista ideológico es necesario hacer referencia al hecho
incuestionable de que la mujer ha sido una víctima fácil para la industria de
la estética, la moda y la higiene. A través de los publicistas, la vehemente
tarea de estereotipar la feminidad ha rendido sus frutos: hoy muchas mujeres se
miran al espejo y se juzgan según parámetros impuestos que cercenan su
naturaleza y amor propio.
Las publicidades
de productos para la menstruación, específicamente, ofrecen una representación femenina
siempre ingenua, frágil, inestable, sin claridad de objetivos, hipersensible y
en permanente confrontación con su cuerpo y ciclo menstrual. Cuando compramos-usamos-tiramos
productos publicitados de esta forma, financiamos su sostén, aceptamos el
estereotipo y favorecemos su consolidación.
OPCIONES
ECOLÓGICAS PARA EL EMPODERAMIENTO Y CONSUMO RESPONSABLE.
La copa
menstrual es un dispositivo elaborado con silicona médica. No genera ningún
tipo de reacción alérgica y cumple la función de recoger el flujo de sangre sin
pérdidas, adaptándose de forma perfecta a las paredes vaginales. No contiene
geles absorbentes o desodorantes ni blanqueadores ni ningún producto químico.
Se limita a ser mero recipiente, por lo que no absorbe las defensas naturales
ni deja fibras en la pared vaginal. Se coloca de la misma forma en que se
colocan los tampones (de colocación intravaginal) y resulta sumamente sencillo
pues se dobla y hace totalmente manejable.
Esta excelente
opción ecológica es tan antigua como los tampones. Sin embargo, no fue
comercializada a gran escala y seguramente las razones se encontrarán en el
hecho de que con las copas menstruales la mujer debe explorar su cuerpo más que
con los tampones para encontrar una colocación apropiada a su comodidad. En la
época en la que surgieron ambos productos no era aceptable tocarse y
explorarse, por lo que se frenó su producción y consumo (aún hoy el temor a la
exploración del cuerpo sigue vigente y no pocas mujeres miran esta opción con
asombro y desagrado). Otra razón -quizá la de mayor peso- por la cual las copas
menstruales no se comercializaron de forma extensiva, está en el hecho de ser
reutilizables. Una mujer sólo necesita una copa y ella le puede servir durante
un promedio de diez años. Al no ser un producto desechable, no responde a las
reglas del mercado y no interesa comercializarlo, no deja tanto margen de
beneficio como los desechables tampones y toallas sanitarias. Su consumo no
permanente afectaría los grandes intereses capitalistas.
Las toallitas
femeninas de tela son compresas hechas casi siempre con fibras de algodón y
cumplen la función de absorber el flujo menstrual. Constituyen el producto de
una conjunción entre la herencia ancestral de nuestras abuelas y los diseños
más prácticos que nos ha permitido la actualidad. Toman de las toallitas descartables
la única aportación tecnológica digna de reconocimiento: las alitas. Existen
diversos modelos de toallitas de tela, todas funcionan perfectamente bien ajustándose
a la bombacha, tal como las descartables.
Son prendas
reutilizables que se lavan del mismo modo en que se lavan las prendas íntimas,
incorporando un remojo previo de entre cuatro y ocho horas (el agua del remojo
puede reutilizarse para la fertilización de plantas). En ningún caso retienen
malos olores y aunque puede ocurrir que con el uso y paso del tiempo se manchen
un poco, esto forma parte del reto por un cambio de paradigmas: nos hemos
dejado convencer de que nuestras manchas de sangre son despreciables y en ese
afán de “blanquear” hemos permitido que envenenen nuestros cuerpos. Actualmente,
esta opción es distribuida en muchos países a través de mujeres y/o grupos de
mujeres que las confeccionan en el marco de microemprendimientos que abogan no
sólo por un consumo más consciente sino por una formación para la comprensión
de los procesos propios de las mujeres menstruantes.
RAZONES PARA EL
CAMBIO.
Las opciones
ecológicas para el acompañamiento de la menstruación ofrecen la posibilidad de
ejercer un control consciente sobre nuestros propios cuerpos, sus procesos e
higiene. Constituyen una opción alternativa a ese mercado injusto y globalizado
que perpetúa estereotipos y masifica la basura. Además, son cómodas, atractivas,
altamente eficientes y -a mediano y largo plazo- resultan muchísimo más
económicas. Ellas nos permiten dignificar nuestro ciclo menstrual y establecer
un contacto armónico y respetuoso con la tierra que habitamos. Recurriendo
a las alternativas ecológicas minimizamos el impacto ambiental que nuestros
cuerpos generan durante los días del sangrado menstrual, al tiempo que participamos
de una economía justa y solidaria. Reutilizamos y gastamos menos, mucho menos
dinero. Le decimos adiós a las infecciones, los hongos, las irritaciones, irritaciones,
picazones, feos olores, etc. Le damos la bienvenida a un flujo menstrual
distinto, más leve, más digno, infinitamente más amable. Volvemos a lo natural
sin renunciara los beneficios de los diseños prácticos y atractivos.
Ganamos amor por
nosotras, nuestros cuerpos y la tierra que también somos.
Cristina es docente, estudiante y
creadora-distribuidora de las
Toallitas Femeninas Ecológicas “Flor
de Cayena”. Contactos al e-mail
info.flordecayena@gmail.com
MANIFIESTO UN POCO ROJO
Contra todo aquel que insista en hacernos creer que
vivimos en un mundo descartable, contra todo aquel
que aún quiera desconocer el carácter político de
nuestros cuerpos…
Contra ellos y a pesar de ellos:
Elevamos la roja bandera de nuestra sangre. Nuestra
sangre, idea emancipada, flor de la pasión que nos
inspira el vivir.
Envueltas en nuestra sangre, prendidas a ella, decimos
firmemente que en nuestros cuerpos debemos gobernar
sólo nosotras. Estamos determinadas a decidir, mes
tras mes, ser o no ser la incubadora del sistema. Somos
carne y pensamiento, no máquina comprada.
No nos manchamos de sangre. ¡Nos pintamos de sangre!
Sin ascos, sin miedos, sin complejos, en consciente
acto de libertad.
Nuestra sangre no nos enferma, no nos deprime, no
nos irrita. Ella nos hace y nos rehace, nos acuna y nos
renueva. Ella no es castigo ni pecado, es regalo vital
de la tierra que somos.
Nuestra sangre no se esconde. No tiene por qué. Ella
transita nuestros espacios, nos acompaña en cada
acto, es militante y combatiente de la vida.
Nuestra sangre no teme a su color. Se niega a blanquearse
entre tóxicas compresas de plástico y algodón.
Nuestra sangre, roja y pura sangre, quiere ser ardiente
magma de la tierra, fundirse con ella y ser siempre…
¡vida para la vida!
Leé el Especial Eco Revolución acá:
No hay comentarios:
Publicar un comentario