domingo, 9 de junio de 2013

LA DESIDIOCRACIA

Por Damian Carlo (Golgothan)

Números, eso es lo que somos para los de arriba. 49 muertos, 600 heridos, 4% de votantes en el país, 45% en la Ciudad. Números que se apilan, que se entierran, que se guardan en cuentas extranjeras. Pero no es culpa de ellos, ni de Cristina, ni de Macri, ni de Schiavi, ni de Kentucky Fried Chicken Sobrero. Es culpa tuya y mía, del que tenemos al lado y enfrente. Porque desde el ini­cio de esta Nación se fomenta la desidia, la ignorancia, la autopreservación. Si te chupa un huevo lo que le pasa al otro, cómo vive, cómo sufre, por qué a tus represen­tantes les importaría? Nos representan como sociedad y ellos son lo que proyectamos.

Y como todo, esto va a pasar y nada va a cambiar, como Cromagnon, que al recital siguiente no faltó el pelo­tudo con la bengala, como los muertos del 2001 que fueron nada más que una mancha roja en el asfalto del Microcentro mientras ibas a trabajar. Esto es lo mismo. Mientras lees esto, el Sarmiento abre sus puertas y 1000 personas hacinadas, colgadas, desafiando la gravedad, vuelven a su casa, para estar con sus hijos, para tomar una cerveza, para mirar la tele o sólo para sentirse bien en sus refugios, ¿qué importa? Tienen que volver y no importa cómo, total… la monada se la banca.

¿Te acordás hace unos años, cuando los pasajeros del Sarmiento protestaron y te hicieron creer que era una maniobra de Pino Solanas para promocionar una pelícu­la? Claro, como la gente del conurbano se va a cansar de viajar como el orto y pensar que puede protestar, tiene que ser una maniobra de marketing de una película que nadie vio.
En tiempos de leyes extrañas, donde cada maniobra de protesta es tildada de terrorismo, la desidia contra tu pueblo... ¿qué es? Y no me refiero sólo a Once; el fértil suelo argentino se nutre del desamparo y las muertes silenciosas. Saliendo de las fronteras bonaerenses, en­trando a esos feudos dignos de la Tierra Media de Tol­kien; megaminería a cielo abierto, tala indiscriminada de bosques, destierro de pueblos originarios y mordazas a las voces libres e independientes. Muertes cotidianas que ya nadie oye.

Se murieron 50 personas que iban a laburar. 50 que ja­más van a disfrutar esos milagros democráticos del Au­tomovilismo para Todos, de las bicisendas palermitanas, de las fantabulosas reposeras amarillas de Haciendo Buenos Aires, de los exorbitantes hoteles del Sur, de la Televisión Digital Abierta, ni de la película de Pino, esa que nunca supieron siquiera que existía.

En tiempos de SUBE, Metrobuses, traspaso de Metrovías, números y más números, se olvidan de los que van arri­ba, los que bancan todo, porque se sabe, desde tiempos inmemoriales, que las estatuas de estación nacieron con el boleto picado...
El pseudo progresismo, los adoradores de las cartas abiertas, creen que el gobierno ES lo que NO ES. Re­lato no es lo mismo que realidad. Memorizan el relato como actores de televonela de lata. Repiten y disparan mohines como una Thalía traicionada. ¿Cuántas muertes más se necesitan para darse cuenta que el sistema ha colapsado? Son parte vital del problema, pero se pre­sentan como la única solución. Eso sí, mandan primero a los bufones y arlequines, mientras los reyes guardan silencio, la declaración más estruendosa que un líder (fingido, artificial, hipócrita) pueda realizar. Citando al poeta Décimo Junio Juvenal: “quis custodiet ipsos cus­todes?” (¿Quién vigila a los vigilantes?). El culpable de la minería es el progreso; de la represión en las protestas son los críticos que no valoran el país ejemplo que hace todo bien; de los desastres ferroviarios son los 90, el maquinista, los pasajeros vagos que no sacan la tarje­ta y viajan todos apretados porque no quieren esperar el otro tren que viene una hora y media después, y los frenos marca “Patito”. Los eternos troskos que ven tra­gedias en todos lados, los que no los votan por culpa del periodismo monopólico que guía sus vidas, todos son culpables.¿Sabés qué? Tienen razón y es hora de hacerse cargo, de luchar contra la desidia y nadie lo puede hacer por vos. Cualquier acción, mínima, insignificante, es in­dispensable para el cambio. Demasiados sacrificios para que sigas dormido. Despertate, que estás a tiempo .




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