miércoles, 12 de junio de 2013

“LA ALIMENTACIÓN ES TU MEDICINA

Rodrigo Rapoport - rodrigo@elecogourmet.com.ar
Julieta Salvi  - julietasalvi@ecoyoga.com.ar

El padre de la medicina occidental, Hipócrates (460-375 A.C.), nos ha dejado una serie de enseñanzas que en estos años estamos volviendo a recordar poco a poco. Él es el autor de una frase muy recordada: “Que el ali­mento sea tu medicina”, y me gustaría que nos detuvié­ramos a reflexionar sobre una pregunta que nos dejó: “Aquél que conoce los alimentos, ¿Cómo puede enten­der las enfermedades del hombre?”.

Simplemente, dejamos de tener conciencia y responsa­bilidad sobre los alimentos que ingerimos y para qué. ¿Los estamos eligiendo para nutrir y dar energía a nues­tro cuerpo o para satisfacer algún deseo inconsciente? Los problemas alimentarios expresan tanto la profundi­dad como la gama de sufrimientos que surgen cuando se ignoran las necesidades emocionales y se pasan por alto las necesidades físicas. Cuando nos centramos en los placeres pasajeros que provienen de los excesos de los sentidos, otros de nuestros aspectos se sienten insatis­fechos. Buda definió el sufrimiento como un voraz ape­tito de encontrar paz y seguridad en lugares donde no pueden hallarse. La comida es necesaria para el cuer­po, por lo tanto debería aportarnos salud y nutrirnos; mientras que al alimento para el corazón tenemos que buscarlo internamente. La alimentación se convierte en una puerta que conduce a profundas visiones sobre no­sotros mismos. En muchas ocasiones nos entregamos a la satisfacción que nos brinda el acto de comer, olvidan­do alimentación y nutrición de nuestro cuerpo. Hemos perdido el sentido ecológico de la alimentación. Eco­logía en griego significa “el conocimiento de la casa”. Pero la relación de nuestra casa-cuerpo, de nuestras casas-biorregiones, de nuestra casa-planeta, está sien­do mal nutrida por la falta de entendimiento. Y con ello vivimos intoxicados, en desequilibrio, lo que conduce a la enfermedad en distintos niveles.

Sabemos que las causas de las enfermedades son in­numerables: vida sedentaria, problemas de columna, consumo de fármacos, aditivos químicos y conservan­tes, contaminación; y el factor que es quizá el más im­portante de todos: una alimentación defectuosa. Todos estos factores tienen sobre nuestra fisiología un efec­to acumulativo. Si uno organiza su dieta con la comida adecuada y realiza ejercicio saludable, todo vuelve a su lugar. Los esfuerzos del cuerpo tienden siempre hacia la salud porque el cuerpo quiere estar bien. La mayoría de las personas no entienden lo sencillo que es gozar de una buena salud.
En los tiempos acelerados en que vivimos, la contami­nación ambiental y los malos hábitos en la alimentación generan estrés y desequilibrio en el cuerpo. Los des­equilibrios son hoy cada vez más comunes y escuchamos a menudo dolencias como obesidad, diabetes, hiper­tensión, cáncer, etc. Los números indicados por la OMS (Organización Mundial de la Salud) señalan que a pesar de los adelantos científicos existe hoy en día una ma­yor proporción de enfermedades “incurables”, como así también que los grupos etarios más jóvenes conforman esta población. Hoy en día no es raro ver un niño de 4 años enfermo de cáncer, o niños con diabetes, cuando antes eran casos aislados y poco visibles.

Mi madre mencionaba cómo mi abuelo le insistía que por favor se alimentara bien, ya que los alimentos del mañana no serían tan nutritivos. Su presagio, realiza­do hace 40 años aproximadamente, se hizo realidad. Hoy en día hemos perdido lo que la FAO (Organización de las Naciones Unidas de Agricultura y Comida) deno­minó conceptualmente “Soberanía Alimentaria”. Y no nos referimos solamente a la falta de acceso a la co­mida de cierta población mundial -cuando hay exceso de producción-, sino a que además no conocemos la composición real de casi el 99% de los productos ali­menticios comprados en supermercados o kioscos, ni las consecuencias de su continua ingestión; no sabemos cuántos gramos de conservantes o exitocinas estamos ingiriendo. Este mismo modelo de producción alimen­taria le está quitando los nutrientes a la tierra, donde los vegetales y las frutas crecen sin ciertos minerales y vitaminas, ya que no respetamos los ciclos naturales, y los desechos humanos contaminan en vez de abonar la tierra. Las semillas transgénicas ayudan a garanti­zar este excedente productivo pero están apareciendo distinguidas universidades internacionales y publicacio­ nes científicas, como el caso de International Journal of Biological Sciences, que denuncian cómo ciertas semi­llas de maíz pueden provocar un colapso en los órganos internos (hígado, riñón, corazón y otros). Si entramos en la temática de uso de los agrotóxicos, éstos no sólo son dañinos para las poblaciones que están en contacto con ellos, sino que también producen el envenenamien­to de nuestros cuerpos como del resto de la fauna.
Entonces cabe la pregunta: ¿cómo recobramos la “So­beranía Alimentaria”? Primero, informándonos, sabien­do cómo consumir y qué consumir. Eligiendo productos frescos, naturales, orgánicos, de estación, o mejor aun, sembrando y cosechando nuestros propios alimentos, con semillas no alteradas genéticamente. No es lo mis­mo el consumo de un tomate en verano que en invierno, ya que seguramente la cantidad de agrotóxicos que le pusieron en la segunda temporada para garantizar el re­sultado es superior. Hay que aprender a consumir desde la visión cíclica de la naturaleza y en sintonía con sus ritmos. Es hora de recordar saberes de nuestros pueblos originarios y sus métodos de cultivo, informarnos sobre técnicas y métodos como la Permacultura, la agricul­tura biodinámica, etc., para sanar a la Madre Tierra y sanarnos a nosotros mismos y volver así a conectarnos con la salud, la armonía y la plenitud.
También hay que aprender que todo alimento es un producto químico, ya que todo lo que procesamos va tener una reacción dentro de nuestro cuerpo. Existen distintas corrientes que sostienen una alimentación más consciente e integrada con los distintos aspectos que mencionamos. Entre ellas podemos mencionar el ayur­veda, la macriobiótica, la alimentación viva o raw food, slow food, etc. Cada una de estas corrientes nos condu­ce hacia un mismo camino: el desarrollo de la concien­cia y la recuperación de la salud. Tener consciencia de qué y para qué nos estamos alimentando y conocer los efectos del alimento en el cuerpo, nos llevará a estar más sanos, vivos y despiertos. Si seguimos el camino de la desinformación, el fast food, la comida chatarra, refinada, sin vida y sin amor seremos su reflejo… Las estadísticas actuales no mienten y cómo nos sentimos, tampoco. Vivimos en un estado de intoxicación corporal y por ello nuestras enfermedades. Cuando empezamos a desintoxicarnos empezamos a sentir vitalidad, liviandad y energía, que era antes desperdiciada en los procesos complejos de digestión de sustancias tóxicas y no natu­rales para el cuerpo. Cuando comemos lo que el cuerpo necesita, respetando la vida microscópica que tenemos adentro, lo honrando y nos damos la oportunidad para mantener un verdadero bienestar.

Otro punto en común de todas las corrientes de alimen­tación consciente es que si comemos productos que nos alcalinicen la sangre, la probabilidad de sufrir una enfermedad es muchísimo menor. Al mismo tiempo, si consumimos mayormente productos que nos produzcan acidez, las células, la flora intestinal y nuestros órga­nos, van a comenzar a colapsar por la toxemia que es­tamos produciendo. Es por ello, que debemos reducir o eliminar el consumo de carnes, el lácteos y derivados, azúcar y harinas refinadas, para comenzar a escoger ali­mentos naturales, orgánicos, frescos y vivos como fru­tas, verduras, semillas, cereales, legumbres, etc.

La misma ciencia de la nutrición está dando a lugar a nuevas terapias recopiladas, por ejemplo, por el Dr. Co­lin Campbell y el distinguido Dr. Gerson (que nos dejó como legado una terapia para la cura del cáncer con su mismo nombre). Opciones para alimentarnos mejor y más integradamente con la naturaleza y nuestro cuerpo están comenzando a estar a disposición. Ahora somos nosotros los que tenemos que informarnos, educarnos y accionar con coherencia. Un beneficio extra es que este cambio de conciencia, de elecciones cotidianas inteligentes, nos lleva a consumir lo que necesitamos y lo que es sano, permitiendo que la producción local de alimentos orgánicos, naturales y saludables se vea fortalecida, obligando a un desarrollo económico local y sustentable. De esta manera estamos contribuyendo a un sistema productor de alimentos más amigable con el medio ambiente y sustentable en el tiempo, lo cual es indispensable en el momento planetario que nos toca transitar.


Debemos aceptar la responsabilidad por nuestra propia salud, desarrollar la voluntad para cambiar hábitos que nos perjudican, la paciencia para transformarlos y tener el coraje para vivir en plenitud, asumiendo lo mejor de nosotros mismos, porque sintiéndonos bien desde nuestro interior es como podremos contagiar al mundo y transformarlo. 

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