Rodrigo Rapoport - rodrigo@elecogourmet.com.ar
Julieta Salvi - julietasalvi@ecoyoga.com.ar
El padre de la medicina occidental, Hipócrates (460-375 A.C.), nos ha
dejado una serie de enseñanzas que en estos años estamos volviendo a recordar
poco a poco. Él es el autor de una frase muy recordada: “Que el alimento sea tu
medicina”, y me gustaría que nos detuviéramos a reflexionar sobre una pregunta
que nos dejó: “Aquél que conoce los alimentos, ¿Cómo puede entender las
enfermedades del hombre?”.
Simplemente, dejamos de tener conciencia y responsabilidad sobre los
alimentos que ingerimos y para qué. ¿Los estamos eligiendo para nutrir y dar
energía a nuestro cuerpo o para satisfacer algún deseo inconsciente? Los
problemas alimentarios expresan tanto la profundidad como la gama de
sufrimientos que surgen cuando se ignoran las necesidades emocionales y se
pasan por alto las necesidades físicas. Cuando nos centramos en los placeres
pasajeros que provienen de los excesos de los sentidos, otros de nuestros
aspectos se sienten insatisfechos. Buda definió el sufrimiento como un voraz
apetito de encontrar paz y seguridad en lugares donde no pueden hallarse. La
comida es necesaria para el cuerpo, por lo tanto debería aportarnos salud y
nutrirnos; mientras que al alimento para el corazón tenemos que buscarlo
internamente. La alimentación se convierte en una puerta que conduce a
profundas visiones sobre nosotros mismos. En muchas ocasiones nos entregamos a
la satisfacción que nos brinda el acto de comer, olvidando alimentación y
nutrición de nuestro cuerpo. Hemos perdido el sentido ecológico de la
alimentación. Ecología en griego significa “el conocimiento de la casa”. Pero
la relación de nuestra casa-cuerpo, de nuestras casas-biorregiones, de nuestra
casa-planeta, está siendo mal nutrida por la falta de entendimiento. Y con ello
vivimos intoxicados, en desequilibrio, lo que conduce a la enfermedad en
distintos niveles.
Sabemos que las causas de las enfermedades son innumerables: vida
sedentaria, problemas de columna, consumo de fármacos, aditivos químicos y
conservantes, contaminación; y el factor que es quizá el más importante de
todos: una alimentación defectuosa. Todos estos factores tienen sobre nuestra
fisiología un efecto acumulativo. Si uno organiza su dieta con la comida
adecuada y realiza ejercicio saludable, todo vuelve a su lugar. Los esfuerzos
del cuerpo tienden siempre hacia la salud porque el cuerpo quiere estar bien.
La mayoría de las personas no entienden lo sencillo que es gozar de una buena
salud.
En los tiempos acelerados en que vivimos, la contaminación ambiental y
los malos hábitos en la alimentación generan estrés y desequilibrio en el
cuerpo. Los desequilibrios son hoy cada vez más comunes y escuchamos a menudo
dolencias como obesidad, diabetes, hipertensión, cáncer, etc. Los números
indicados por la OMS (Organización Mundial de la Salud) señalan que a pesar de
los adelantos científicos existe hoy en día una mayor proporción de
enfermedades “incurables”, como así también que los grupos etarios más jóvenes
conforman esta población. Hoy en día no es raro ver un niño de 4 años enfermo
de cáncer, o niños con diabetes, cuando antes eran casos aislados y poco
visibles.
Mi madre mencionaba cómo mi abuelo le insistía que por favor se
alimentara bien, ya que los alimentos del mañana no serían tan nutritivos. Su
presagio, realizado hace 40 años aproximadamente, se hizo realidad. Hoy en día
hemos perdido lo que la FAO (Organización de las Naciones Unidas de Agricultura
y Comida) denominó conceptualmente “Soberanía Alimentaria”. Y no nos referimos
solamente a la falta de acceso a la comida de cierta población mundial -cuando
hay exceso de producción-, sino a que además no conocemos la composición real
de casi el 99% de los productos alimenticios comprados en supermercados o
kioscos, ni las consecuencias de su continua ingestión; no sabemos cuántos
gramos de conservantes o exitocinas estamos ingiriendo. Este mismo modelo de
producción alimentaria le está quitando los nutrientes a la tierra, donde los
vegetales y las frutas crecen sin ciertos minerales y vitaminas, ya que no
respetamos los ciclos naturales, y los desechos humanos contaminan en vez de
abonar la tierra. Las semillas transgénicas ayudan a garantizar este excedente
productivo pero están apareciendo distinguidas universidades internacionales y
publicacio nes científicas, como el caso de International Journal of Biological
Sciences, que denuncian cómo ciertas semillas de maíz pueden provocar un
colapso en los órganos internos (hígado, riñón, corazón y otros). Si entramos
en la temática de uso de los agrotóxicos, éstos no sólo son dañinos para las
poblaciones que están en contacto con ellos, sino que también producen el
envenenamiento de nuestros cuerpos como del resto de la fauna.
Entonces cabe la pregunta: ¿cómo recobramos la “Soberanía Alimentaria”?
Primero, informándonos, sabiendo cómo consumir y qué consumir. Eligiendo
productos frescos, naturales, orgánicos, de estación, o mejor aun, sembrando y
cosechando nuestros propios alimentos, con semillas no alteradas genéticamente.
No es lo mismo el consumo de un tomate en verano que en invierno, ya que
seguramente la cantidad de agrotóxicos que le pusieron en la segunda temporada
para garantizar el resultado es superior. Hay que aprender a consumir desde la
visión cíclica de la naturaleza y en sintonía con sus ritmos. Es hora de
recordar saberes de nuestros pueblos originarios y sus métodos de cultivo,
informarnos sobre técnicas y métodos como la Permacultura, la agricultura
biodinámica, etc., para sanar a la Madre Tierra y sanarnos a nosotros mismos y
volver así a conectarnos con la salud, la armonía y la plenitud.
También hay que aprender que todo alimento es un producto químico, ya
que todo lo que procesamos va tener una reacción dentro de nuestro cuerpo.
Existen distintas corrientes que sostienen una alimentación más consciente e
integrada con los distintos aspectos que mencionamos. Entre ellas podemos
mencionar el ayurveda, la macriobiótica, la alimentación viva o raw food, slow
food, etc. Cada una de estas corrientes nos conduce hacia un mismo camino: el
desarrollo de la conciencia y la recuperación de la salud. Tener consciencia
de qué y para qué nos estamos alimentando y conocer los efectos del alimento en
el cuerpo, nos llevará a estar más sanos, vivos y despiertos. Si seguimos el
camino de la desinformación, el fast food, la comida chatarra, refinada, sin
vida y sin amor seremos su reflejo… Las estadísticas actuales no mienten y cómo
nos sentimos, tampoco. Vivimos en un estado de intoxicación corporal y por ello
nuestras enfermedades. Cuando empezamos a desintoxicarnos empezamos a sentir
vitalidad, liviandad y energía, que era antes desperdiciada en los procesos
complejos de digestión de sustancias tóxicas y no naturales para el cuerpo.
Cuando comemos lo que el cuerpo necesita, respetando la vida microscópica que
tenemos adentro, lo honrando y nos damos la oportunidad para mantener un
verdadero bienestar.
Otro punto en común de todas las corrientes de alimentación consciente
es que si comemos productos que nos alcalinicen la sangre, la probabilidad de
sufrir una enfermedad es muchísimo menor. Al mismo tiempo, si consumimos
mayormente productos que nos produzcan acidez, las células, la flora intestinal
y nuestros órganos, van a comenzar a colapsar por la toxemia que estamos
produciendo. Es por ello, que debemos reducir o eliminar el consumo de carnes,
el lácteos y derivados, azúcar y harinas refinadas, para comenzar a escoger alimentos
naturales, orgánicos, frescos y vivos como frutas, verduras, semillas,
cereales, legumbres, etc.
La misma ciencia de la nutrición está dando a lugar a nuevas terapias
recopiladas, por ejemplo, por el Dr. Colin Campbell y el distinguido Dr. Gerson
(que nos dejó como legado una terapia para la cura del cáncer con su mismo
nombre). Opciones para alimentarnos mejor y más integradamente con la
naturaleza y nuestro cuerpo están comenzando a estar a disposición. Ahora somos
nosotros los que tenemos que informarnos, educarnos y accionar con coherencia. Un
beneficio extra es que este cambio de conciencia, de elecciones cotidianas
inteligentes, nos lleva a consumir lo que necesitamos y lo que es sano,
permitiendo que la producción local de alimentos orgánicos, naturales y
saludables se vea fortalecida, obligando a un desarrollo económico local y
sustentable. De esta manera estamos contribuyendo a un sistema productor de
alimentos más amigable con el medio ambiente y sustentable en el tiempo, lo
cual es indispensable en el momento planetario que nos toca transitar.
Debemos aceptar la responsabilidad por nuestra propia salud, desarrollar
la voluntad para cambiar hábitos que nos perjudican, la paciencia para
transformarlos y tener el coraje para vivir en plenitud, asumiendo lo mejor de
nosotros mismos, porque sintiéndonos bien desde nuestro interior es como
podremos contagiar al mundo y transformarlo.
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