Por Christian Tiscornia
Biaus,
con colaboración de Pía Marchegiani para AMARTYA
Las señales de agotamiento ecológico y crisis social que día
a día sufrimos en nuestro planeta son contundentes. Nuestro modo de vivir, en
especial la sociedad de consumo, está poniendo en jaque a los ecosistemas que necesitamos
para sostener nuestras propias vidas.
Es simple y alarmante, la humanidad consume actualmente recursos
renovables en un modo mas acelerado del que puede ser regenerado por la Tierra.
A este problema se lo conoce técnicamente como sobregiro ecológico. Nuestra
demanda sobre la naturaleza excede lo que ella nos puede proveer. En términos
económicos se podría decir que estamos gastando más de lo que tenemos o
gastando nuestro capital y generando, como consecuencia, una deuda ecológica.
La medición de la huella ecológica global nos muestra que
solo hasta 1986 la humanidad consumía recursos naturales consistentes con los
que el planeta podía producir y generaba desechos de acuerdo a su posibilidad de
reabsorción. A partir de entonces, la equiparación entre la huella ecológica
(la demanda humana sobre los ecosistemas y recursos naturales) y la
biocapacidad (capacidad de los ecosistemas de producir materiales biológicos
útiles y absorber los materiales de desecho generados por los seres humanos) no
se logró más (Global Footprint Network).
Hoy en día necesitamos el equivalente a entre 1.3 y 1.5 planetas
para mantener el estilo de vida y nivel de consumo de un sector de la población
mundial, mientras que el resto (más de la mitad) vive en la pobreza.
Guiados por el afán de aumentar el crecimiento económico de
forma continua y a cualquier costo, desconocimos la noción de los límites
ecológicos. Al mismo tiempo que la economía mundial presenció una expasión económica
extrema (se duplicó en los últimos 25 años), aumentó la desigualdad en los
ingresos, la pobreza alcanzó niveles escandalosos, y el 60% de los ecosistemas mundiales
fueron degradados.
¿CONSUMIR PARA VIVIR O VIVIR PARA CONSUMIR?
Cuando el crecimiento económico es la clave para terminar la
pobreza y causar felicidad, el consumo se va convirtiendo en el objetivo último
de nuestras vidas, y el consumismo, en un dios al que pareciera no debemos cuestionar.
El mensaje que recibimos desde los gobernantes, los medios y
las empresas es que el desarrollo depende de nuestra capacidad de compra. El
consumo y el crecimiento se transforman en la meta y no en el medio para alcanzar
un mundo más justo y ambientalmente viable para todos.
En nuestro sistema de consumo moderno el 1% más rico del
mundo concentra riquezas iguales al 57% más pobre.
En Estados Unidos, meca del comprar y tirar, el 99% de lo
que se compra es basura en menos de 6 meses.
Las Naciones Unidas reporta que si todos consumiéramos como
se consume en la civilizada Dinamarca, hoy necesitaríamos 4 planetas Tierra
para responder a semejante demanda. Paradójicamente, este sobre exceso de
consumo no nos hace más felices, más bien todo lo contrario. Estudios
demuestran que las sociedades más felices no son las que más consumen sino las
que invierten sus recursos en el desarrollo de la cultura y la educación.
SUSTENTABILIDAD Y EMPRESA
Teniendo en cuenta que la empresa moderna se ha convertido en
un actor global muchas veces más poderoso que los Estados (Estudios del
Institute for Policy Studies plantean que “de las 100 economías más grandes del
mundo, 51 lo constituyen empresas transnacionales y solamente 49 son Estados”),
y que el mundo atraviesa una profunda crisis a nivel ambiental, social, y
económica, hay preguntas fundamentales que nos debemos formular: ¿Cuál debería
ser en esta época el fin último de una empresa? ¿No llegó el momento de
redefinir el rol de las empresas en la sociedad y entender que re presentan una
realidad infinitamente más compleja que la de una máquina de producir riquezas
para sus accionistas? ¿No debería ser el bienestar de la sociedad y el cuidado
del medioambiente el fin último de cualquier empresa?
Si en el nuevo paradigma entendemos la generación de riqueza
como medio para lograr un mundo sustentable, justo -y sobre todo- más feliz,
necesitamos entonces repensar cuáles son las herramientas concretas (organizativas,
legales y educacionales, entre otras) que nos pueden ayudar en este proceso.
Para alcanzar la sustentabilidad en la producción y el consumo
de bienes y servicios, debemos incentivar el desarrollo de empresas que tengan
la responsabilidad social y ambiental en el corazón de su negocio, y que se animen
a definir nuevas metas trascendiendo las meramente económicas. En este tránsito
hacia la sustentabilidad las empresas no pueden estar solas. Se necesita trazar
alianzas estratégicas entre organizaciones de la sociedad civil y el sector
público para alinear intereses, definir políticas de producción sustentable y
encontrar incentivos concretos para reducir la huella ecológica de la
producción y el consumo.
Por más atractiva que parezca la idea, hay que reconocer que
la transición hacia una economía sustentable no es sencilla; se requiere la
articulación de distintos sectores y, ante todo, la voluntad política para
definir una nueva macroeconomía para la sustentabilidad.
Respecto del Estado, se requiere cambios en la política fiscal,
inversión pública en sectores claves como por ejemplo, las energías renovables
o incentivos concretos para que las propias empresas inviertan en este cambio.
Los mecanismos de financiamiento e inversión deben incluir investigación e
innovación en tecnología, capacitaciones y desarrollo de nuevas habilidades. La
eficiencia energética y el consumo responsable deben también ser incentivados.
Las empresas de la nueva generación deben maximizar el
beneficio para todos aquellos que pueden afectar o son afectados por sus
actividades, generando de forma simultánea valor económico, social y ambiental.
En este proceso hacia un nuevo paradigma el rol de la educación
es fundamental. Para lograr un cambio profundo de mentalidad necesitamos una
educación que nos ayude a ser, a entender nuestro contexto y cambiar.
Leíste el Especial Amartya? Leelo acá:
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