En el interior de varios de nuestros productos existe un
mecanismo que permanece silencioso. La obsolescencia programada establece que
el deterioro o la inutilidad de los mismos no es una simple casualidad, sino
una estrategia de las empresas que deciden cuándo será el momento de desechar
nuestros productos.
Como nos señala el materialismo histórico, en nuestra
sociedad contemporánea las relaciones sociales predominantes se basan en el
consumo. Las reglas que nos impone el mercado designan a las personas como
consumidores que para realizarse como tales deben adquirir mercancías.
Según esta lógica, nuestra satisfacción pasa a colmarse a
través de la adquisición de productos. Mediante este proceso adquirimos
mercancías que están diseñadas para brindarnos muchas posibilidades… por un muy
breve período de tiempo.
La perversidad del sistema siempre encuentra nuevas formas
de mantenernos bajo su dominio y uno de sus mecanismos es la obsolescencia
programada. Celulares, computadoras, heladeras y demás artefactos de uso
cotidiano esconden dentro de sus mecanismos la fórmula secreta de su
autodestrucción.
Esta fórmula consiste en una predeterminación que se
desarrolla durante la fase de diseño de los productos. En la misma las
empresas, de acuerdo con los fabricantes, establecen que tras un período de
tiempo calculado los productos se tornen inservibles, obsoletos o simplemente
dejen de funcionar.
Otro modo de obsolescencia programada, junto con la moda, es
el que se produce a través de las innovaciones tecnológicas. La tecnología y
sus ritmos nos estimulan a obtener constantemente nuevos objetos que nos
parecen fascinantes e imprescindibles y que nos brindan infinidad de servicios
y satisfacción, por muy poco tiempo.
Debido a que el único objetivo de la obsolescencia
programada es el lucro económico, algunas variables como el gasto desmesurado o
la generación de residuos pasan a segundo plano y este proceso, estimulado por
la publicidad que nos incita a adquirir más y más, transforma a muchos usuarios
y consumidores en un persistente séquito atento a las últimas novedades del
mercado.
Otro impedimento que facilita esta tendencia se relaciona
con la imposibilidad de reparar muchos de los objetos que dejan de funcionar y,
en caso de que esto sea posible, el costo de la reparación resulta tan elevado
que coloca al consumidor en una posición donde la solución más apropiada es la
de comprar un nuevo producto.
Iniciativa
Frente a esta problemática, la asociación “I Fixit” (Yo lo
reparo) propone en su manifiesto que la auto-reparación debe ser un derecho de
los consumidores y una estrategia para evitar el deterioro del planeta. Para
consultar la versión en español del manifiesto se puede ingresar en este link.
Mirá el “Comprar, tirar, comprar”, el documental de la TV
Española que devela los principales conceptos sobre la obsolescencia programada.
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