miércoles, 11 de diciembre de 2013

La política de los cuarteles (para unos siempre, para otros, una opción)

Por Jose Muñiz

Entendemos que los conflictos de las fuerzas policiales no son salariales, son políticos y tienen relación directa con la puja distributiva de las cajas paraestatales. Pero, sin dudas, esta pulseada operada desde el poder político, connivente con los sectores más rancios del crimen organizado, pone una vez más en jaque a los sectores sociales más postergados y profundiza los conflictos de clase.


 
"Si esta cárcel sigue así, todo preso es político".  Ayer leía un artículo que hablaba de los 20mil gendarmes y prefectos que el Estado va a dispersar por distintas provincias: Buenos Aires, Santa Fe, Neuquén. "Tanta tropa riendo en las calles de esta tierra que es una herida".
 
Entonces pienso en el concepto de seguridad, una, dos, diez veces y lo resultante siempre llega entre signos de interrogación: ¿la seguridad de quién o de quiénes?  Porque venga aquí a parir la madre de las casualidades, siempre el afectado es el que la fuerza de seguridad señala como sujeto de su existencia, su razón de ser, el pobre, el que porta cara, el que calza llantas, el que roba a la fuerza sus derechos postergados, mínimos, básicos, indispensables.

El discurso de la seguridad gambetea los derechos individuales más básicos, se construye y se fortalece en suretóricaa discursiva clasista y recae con todo su peso en los hombros de los sectores donde la vulnerabilidad social y económica es un todo y donde la lucha por la supervivencia y por la dignidad es puesta en jaque permanentemente.
Pero esta situación no es una consecuencia de la pereza o la falta de voluntad que se le endilga a estos vastos sectores sociales; por contrario, es parte de una estrategia forjada al calor del neoliberalismo que atravesó y aún atraviesa con su modus operandis nuestra sociedad, porque en este espacio da rienda suelta al sostén de un modo de producción catalogado como "corrupción" y que tiene la capacidad de filtrarse y reproducirse de las más diversas formas: el clientelar, el delictivo, el explotado.

En estas márgenes, donde los derechos están distantes, la capacidad de expoliación al conjunto de la sociedad se hace posible.¿Cómo? A través de una compleja construcción que se teje en las trampas de la ley y se legitima en el mediatizado discurso de la inseguridad. La dinámica de la práctica impone recortes a los beneficios alcanzados y modificación de leyes. Unos para delimitar el acceso a las posibilidades y otro para argumentar operaciones fraudulentas en favor de esa "lacra" que acrecienta las brechas sociales.
 
La fuerza del relato estigmatizante de discriminación y confrontación de clases, empuja a los más vulnerables a la desesperación, situación que propicia la cooptación de ese espacio y coacciona a sus individuos sometiéndolos a los más espurios intereses, facilitando la mano de obra descartable de negocios organizados desde el poder y ejecutados por distintas líneas de mando jerárquicas, en connivencia política, judicial y policial; sectores que luego se distribuirán el botín obtenido en desmedro de la dignidad de estos seres humanos vejados por las fallas del sistema. Nuestros presos políticos.

La lucha del poder. El reo de esta sociedad

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