lunes, 3 de junio de 2013

Hay progresos y progresos

Por Georgina Graziano                                                         

El concepto de progreso en nuestra sociedad es uno de los pilares ideológicos fundamentales que legitima el paradigma de desarrollo actual. Asimismo, la idea de progreso constituye el resabio positivista por el cual los humanos nos consideramos capaces de crear una historia de manera  evolutiva y en crecimiento, gracias a la ilusión de dominio de la naturaleza y el perfeccionamiento de las tecnologías.  

Sin embargo, nótese que ya no se habla abiertamente de progreso, y que en su lugar se habla de “desarrollo”. En su nombre se han abierto y denominado miles de organismos y dependencias estatales en todas partes del mundo: División de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, organismos de cooperación y desarrollo, secretarías de desarrollo económico, etc. El progreso, fuertemente asociado a la ideología positivista del siglo XIX y a la fuerte creencia en la ciencia y en la razón como motor de perfeccionamiento y avance continuos, perdió legitimidad a lo largo del siglo XX. Esta pérdida se ve principalmente a partir de las guerras mundiales, bombas atómicas y otros desastres que pusieron en evidencia que la ciencia es un buen recurso, pero su utilización no es sinónimo de progreso garantizado. En este sentido, cabe remarcar que la ciencia sirve a fines determinados por humanos, y no está escindida de los contextos políticos en que tiene lugar.

El concepto de progreso remite a otra fase del capitalismo. La categoría de desarrollo, se corresponde con su fase actual. Sin embargo, a pesar de las transformaciones y variantes del sistema capitalista, existen elementos invariables a su esencia. En este sentido, tanto en el siglo XIX como en el siglo XXI, el paradigma de desarrollo capitalista está basado en la idea de un crecimiento ilimitado, de evolución general a formas más complejas y más evolucionadas de las cosas, de las sociedades,  la tecnología y  la historia. Según mi visión particular, el progreso es una categoría implícita y presente en el concepto de desarrollo. Algo así como su versión actualizada y moderna. En el corazón del capitalismo la misma competencia mercantil incentiva y fomenta  esta idea de acumulación y progreso hacia formas cada vez más perfeccionadas, ya que quien no innova con productos y/o servicios cada vez más sorprendentes, se extingue. Asimismo el consumismo, es decir, la internalización subjetiva del productivismo, es pieza fundamental en tanto las personas consumen y remplazan objetos por otros más avanzados y actualizados. A partir de este razonamiento, se verifica que hubo progreso cuando un nuevo televisor con nuevas funciones y capacidades, remplaza a su predecesor, o cuando zonas rurales pasan a ser centros urbanos desarrollados. En nuestra sociedad, los avances de la tecnología, que permiten niveles elevados de calidad de vida y confort, confirman que el progreso es deseable y necesario. Pero esto inevitablemente nos lleva a otra pregunta: ¿qué es lo verdaderamente necesario? Si vamos a lo estrictamente necesario, entonces podemos nombrar elementos básicos como un hogar, comida, agua, oxígeno, vestimenta. Esto quiere decir que todo lo demás, son aspectos culturales que si bien pueden ser tentadores y seductores, no son necesarios en sentido estricto. (Todos necesitamos comida para vivir, pero no moriríamos si no tuviésemos un LCD 3D. ¿O sí?)

Por otro lado, podríamos preguntarnos ¿qué es el progreso? ¿Existe algo así como la versión objetiva y genérica del progreso? Si excavamos un poco en el concepto encontramos que lo que puede significar progreso para una cultura, puede significar al mismo tiempo atraso o destrucción para otra, y que la idea de progreso depende de las miradas subjetivas y los valores culturales.
Por otro lado, lo que puede verificarse como progreso a nivel micro, puede significar catástrofe a nivel macro. Las personas pueden experimentar sentimientos de estar progresando. Por ejemplo, en la adquisición de bienes (casas, departamentos en edificios, etc.), y/u objetos (televisores, celulares, muebles, autos, etc.). Pero esa forma de vida, de producción y de consumo tiene su correlato en un nivel macro: reproducción de un sistema excluyente para las personas y destructivo para el medio ambiente. Los pequeños progresos particulares de personas beneficiadas con el sistema no se corresponden necesariamente  con progresos generalizados a las mayorías del planeta.

Me gustaría hacer una distinción: por un lado existe la idea de progreso como está planteada en la sociedad actual (como ideología que legitima el actual modo de producción capitalista), y por el otro, el progreso como meta real a alcanzar basado en las reales condiciones sociales, económicas y ecológicas.
Para una sociedad consumista, el progreso se observa a través de la proliferación de objetos y servicios consumidos, lo cual llevaría a un crecimiento y desarrollo económico. No se produce para responder a necesidades concretas de la población, sino que el fin último es el lucro privado.  Al plantearse objetivos y delinear políticas, los gobernantes y empresarios de elite no tienen en cuenta a las personas concretas sino que se rigen por variables económicas que miden, macroeconómicamente, el nivel de “desarrollo” de los países. Por supuesto, esta situación está inmersa en un determinado contexto cultural, basado en valores mercantiles, consumismo e individualismo.

La  acepción de progreso que propongo es una versión más amplia y realista. El progreso “real” debe tener en cuenta las condiciones y los límites sociales, económicos y ecológicos. Uno no puede pensar en progresar sin tener en cuenta las condiciones estructurales que sirven de soporte. Si se escinden las dimensiones y, por ejemplo, se presta demasiado valor al progreso económico en relación al progreso social y al respeto de la naturaleza, entonces hay un desfasaje de la armonía y el  supuesto progreso estaría concentrado en un polo. Pero el progreso de un elemento puede encontrar contradicciones y límites en otro, por lo que entonces no sería abarcativo sino privativo a un área determinada.

Este progreso “amplio y realista” es el que tiene en cuenta todas las variables. Un verdadero progreso -y no esa ilusión y deformación de la palabra que nos imponen para legitimar el  sistema consumista  y productivista- es aquel que promueve mayor participación y democratización en la política, una mayor distribución de la riqueza en lo económico y el cuidado y respeto del medio ambiente. En realidad, lleva implícito en su seno la propuesta de una sociedad y un sistema radicalmente diferentes a los actuales.

El progreso y el desarrollo prometidos no han llegado para miles de millones de personas en el mundo. Las actuales condiciones no admiten parches reformistas. El núcleo del sistema está podrido y estamos llegando a sus límites estructurales. Hemos invertido lo verdaderamente importante, extasiados en una nube de avance inexistente que nos está costando la posibilidad de permanecer en este planeta como especie.

Y es que el verdadero progreso, a contrario de lo que la ideología dominante pretende imponer como verdad, viene de la mano del decrecimiento.  Estamos llegando a los límites en la estructura del sistema, porque solo se ha considerado el progreso en términos económicos para unos pocos, sin tener mínima consideración por el resto de los mortales y por las otras formas de vida que comparten nuestro planeta. Para alcanzar un progreso “verdadero”, que eleve nuestra condición de humanidad, se precisa de un cambio cultural. En este sentido, es necesario que se comiencen a abandonar los valores mercantiles con los que nos manejamos, y en su lugar, que comiencen a  ascender valores éticos, solidarios y comunitarios.


No hay comentarios:

Publicar un comentario