jueves, 3 de enero de 2013

Industria automotriz, consumo y contaminación. Frenar a tiempo…




Por Fernando Grenno
Los automotores representan una fuente importante de contaminación del aire. El parque automotor incluye un numeroso y activo conjunto de vehículos propulsados por la combustión de hidrocarburos. Las emisiones procedentes de los escapes de los vehículos contienen monóxido de carbono, hidrocarburos y óxidos de nitrógeno que son liberados a la atmósfera en importantes cantidades. Además de contribuir con el cambio climático, la contaminación vehicular del aire produce efectos nocivos para la salud humana y contaminación sonora. De este modo, en las zonas más urbanizadas se encuentran los focos de mayor contaminación.
En Argentina, una de las industrias que más ha crecido en los últimos años es la automotriz.  Según el diario virtual iprofesional.com en septiembre de 2011, “la Argentina es el país de América Latina con mayor proporción de autos vendidos por persona, alrededor de 263 unidades cada 1.000 habitantes”.
Entre 2002 y 2010 la producción automotriz se desarrolló en forma vertiginosa multiplicando 7 veces las unidades producidas por año. En 2002 se produjeron 13.252 unidades, mientras que en 2010 la producción alcanzó las 93.374. Durante 2011 se patentaron 857.983 unidades (15,7% más respecto de 2010) y la Asociación de Concesionarios de Automotores de la República Argentina (Acara) prevé para este año un crecimiento de entre un 7 y un 10 por ciento (La Nación, enero 2012).

Estos son algunos de los datos que uno puede recabar realizando una breve búsqueda. Un crecimiento que a simple vista parece alentador. Y esto es verdad, si tenemos en cuenta que en nuestros esquemas de consumo no logramos observar  los costos ecológicos del crecimiento. Compramos y consumimos bienes de capital, los cambiamos, los tiramos cuando ya “no sirven”, los idealizamos y lo más preocupante: se transforman en medios materiales “necesarios e insustituibles”. 
Así entramos en el círculo de la “obsolescencia percibida”. Nuestra preocupación ya no está relacionada al automóvil en sí, a su funcionamiento más o menos óptimo, sino a lo que su materialidad representa. Nos preocupa que nos vayamos alejando de aquello que estimamos moralmente como exitoso. Todo el tiempo debemos renovarnos, “renovarse es vivir”. Comprar, tirar, comprar para volver a tirar, y así con todas las cosas, incluso los automóviles. En las zonas más urbanizadas las autopistas se colman de autos. Hoy día se ha convertido en un transporte netamente individual y debemos actuar para impedirlo. En algunas regiones del mundo como Estados Unidos, Canadá y varios países de la Unión Europea ya se ha puesto en movimiento el viaje compartido en automóvil (En inglés: carpool o carpooling), que consiste en la utilización de un automóvil por turnos cada dos o más personas. Otro cambio importante es la implementación de carriles exclusivos para aquellos automóviles con alta ocupación. Todo esto ha permitido mitigar los problemas crónicos de congestión y con ello los daños ambientales.
Los llamados autos ecológicos se presentan como una alternativa viable. Sin embargo, su producción no solo es más costosa sino que su batería funciona a base de litio (como las baterías de celulares). El litio es un material cuya extracción es sumamente contaminante y ocasiona un daño ambiental irreversible.
Utilizar el transporte público para llegar a nuestros trabajos no parece ser una mala idea y puede ayudar a disminuir la contaminación y la circulación de vehículos. Claro que esto requerirá de una planificación y reestructuración de los medios de transporte público: trenes, red de subterráneos y colectivos. Para estos últimos también debería ser obligatoria la utilización de carriles exclusivos que permitan trasladar a un gran número de personas de forma fluida y rápida. Y en el caso en que vivamos más cerca de los lugares que comúnmente frecuentamos podemos utilizar otros medios de transporte ecológicamente más sustentables como las bicicletas. 

La contaminación vehicular, como la mayoría de los problemas ambientales, no puede ser entendida de forma fragmentaria. Necesitamos conocer más y esforzarnos en construir reflexiones sobre los procesos de producción y consumo, y las diversas formas que asume la problemática en la vida social. Para ello, debemos despojarnos y derribar la pila de conocimientos mal adquiridos, una especie de “arrepentimiento intelectual” que nos permita crear nuevos comportamientos que nada tienen que ver con los practicados hasta ahora. Necesitamos superar cierta niñez ambiental y adaptarnos a un nuevo medio con recursos escasos que deben ser gestionados con cuidado.
Aproximarnos cada vez más a una mirada de alcance histórico nos permitirá ver sus consecuencias a largo plazo, poder anticiparnos y “frenar a tiempo. Así como cuando manejamos por la utopista y a lo lejos observamos las luces rojas que se encienden una a la vez y nos advierten que es momento de disminuir la velocidad… 

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