lunes, 19 de noviembre de 2012

Nota editorial n°6


Trataré de empezar por el final. Sucedió lo inesperado. Aunque, a decir verdad, ese final había sido anunciado y a los gritos. La muerte de Galván podría haber tenido a cualquier otro destinatario, pero madamme Lamorgue se emperró con él, entonces un sicario poseedor de su don le dio la estocada final en el cuello, con desprecio e impunidad. El asesino está suelto y sus empleadores también. La policía y la justicia provincial han decidido desentenderse.

Desde nuestro lugar, no creemos que ficcionar un asesinato sea útil para trasladar el dolor, el nudo en la garganta que posterga un grito de siglos y la descripción del charco de sangre que dejó Galván con la inmensidad y la profundidad de nuestro Río de la Plata. Porque en él hay siglos de acumulación de este humor vital y Galván es un sacrificio más, un apellido más, y solo contribuye al ensanchamiento de este profundo pantano que refleja dolor, impotencia, postergación, pero también poder, ambición y abuso. El abuso que implica estar sometido a un régimen nefasto, el régimen que impone el orden económico dominante con su base de generación de riquezas en la concentración de la tierra y su necesidad
de ampliar las fronteras, el sometimiento y otros atentados al hombre y a sus derechos; a la democracia y sus instituciones, a todos. Dando como resultado este sostenido, asimétrico y delictivo sistema productivo, que antes se llamó latifundio y hoy se llama agro-negocios.
Esta es la historia que se teje al calor de los caprichos del poder económico y político. ¿Acaso alguien duda aún de que quien tiene poder económico define el poder político? La connivencia es solo una figura que ayuda a aglutinar los diversos actores que componen la escena de una misma perversa y poderosa trama. La tierra, el alimento, la cultura, los recursos, la correlación de fuerzas, el futuro, todos son elementos inseparables a los fines de comprender esta muerte, las que pasaron y las que vendrán. Todos llaman a revisar la historia, todos implican imperiosamente una comprensión necesaria
para alcanzar un grado de conciencia que nos permita frenar esta maquinaria, porque el agronegocio,
la ambición desmedida, poco entiende de razones. Estamos bajo su régimen y no admite oposición.

La lucha por la tierra es la lucha por la Soberanía Alimentaria y es una lucha política. Pero también es una
lucha por la soberanía cultural y con ella la social, ambiental y económica. Este es el reclamo de una disputa extendida en el tiempo, desde el tiempo de la sangrienta colonización, pero pareciera ser que el destierro en la propia tierra es un inagotable recurso del sistema de explotación agroindustrial.

Entonces, así es como la herencia campesino/indígena en algunos momentos tiene el peso de una condena y los saberes sobre la tierra se transforman en una sentencia cuando resiste al desarraigo, pero también cuando se resigna y se transforma de un sujeto a un objeto pasible de ser explotado brutalmente. Tal vez resulte más familiar nombrarlo bajo la modalidad impuesta por los medios como atenuante al cuadro de situación cuando oímos someramente hablar del “trabajo golondrina”, eufemismo de trabajo esclavo, trata de personas, trabajo infantil, violación de los Derechos Humanos y otras tantas aberraciones que empresarios -en connivencia con el Estado Provincial y Nacional- ponen en práctica.

Hoy introducimos la Soberanía Alimentaria, pero de nada sirve su conquista si los que nos sentamos en la mesa seguimos siendo esclavos más allá de ella.

José Muñiz | Director

Lee el numero seis completo o descargalo acá 

No hay comentarios:

Publicar un comentario