La
Osa le da la teta a su bebé. Con una mano lo sostiene, con la otra agarra un
pincel. Lo mete en el rojo y pinta una tapa de cartón. Alejandro, a dos pasos,
parado, pegando el interior de un libro, le hace morisquetas al nene.
De
lunes a sábados están ahí, en La Boca, a una cuadra de la Bombonera, armando y
pintando libros. La cartonería, como le dicen ellos, nació en 2001 pero La Osa
y Alejandro se sumaron años después. Ella vivía en Solano y trabajaba de
cartonera. Él estaba en Chile y hacía changas.
Eloísa
Cartonera es una cooperativa que lleva editados más de 200 títulos de autores
como César Aira, Ricardo Piglia y Rodolfo Fogwill. Después de Washington
Cucurto, el fundador del proyecto, el escritor más comprometido con la
editorial quizá sea Manuel Alemian. “Él
es un ejemplo de escritor porque no solamente edita sino que viene, fabrica los
libros y después sale, se carga los libros al hombro y va y los distribuye”,
dice Alejandro. “Agarra el colectivo y se va con la caja. No sé si otro escritor hace
eso. Es un mártir de la literatura, realmente”.
Manuel
tiene casi todos sus libros editados en Eloísa y acaba de sacar sus obras
reunidas. “Uno de comic, uno de cuentos y
uno de poesía”, repasa Manuel. “Y se
agotaron todos”, dice orgullosa La Osa.
El
bebé de Miriam -La Osa- tiene seis meses y tarda mucho en dormirse. En su
carrito descansa un libro de tela. Cuando ella cartoneaba, su destino no
parecía estar tan cerca de la lectura. Había dejado el secundario porque tenía
que salir a trabajar. Los libros significaban, en ese momento, plata para
comer. Un día, mientras cartoneaba en La Boca, decidió entrar en la editorial.
Habló con la gente y la invitaron a trabajar. Hoy dice que valió la pena
cambiar el carro por el cartón.
Aunque
la plata de esta cooperativa no les alcance para vivir, Alejandro y La Osa van
todos los días, de dos a seis de la tarde, a rodearse de cartones en la
editorial más colorinche del mundo; como dicen en su página. Apenas llegan a
sostenerla, no saben cuánto entra ni cuánto sale.
En
el equipo son seis personas, pero los que trabajan sobre el libro son sólo
ellos dos. Los otros cuatro hacen otras tareas: distribuyen, atienden un puesto
que tienen hace unos meses en Avenida Corrientes, venden en ferias.
Al
principio, en 2005, Manuel publicaba su poesía en Eloísa Cartonera, pero no le
daba mucha importancia. Eso fue los primeros años. No confiaba en que el
proyecto continuara después de la crisis. Cuando vio que sí, se sumó.
En
menos de diez minutos, La Osa ya hizo tres tapas. Manuel sigue con la primera.
Es minucioso, se dedica a cada una como una obra de arte. Los libros se secan
en el piso de adentro. Algunos debajo de la mesa donde trabajan, otros más
cerca de la puerta. Los que hay que sacar más rápido van a la vereda.
Alejandro
es chileno. No sabe inglés, por eso el grupo de extranjeros que vienen a
visitar la primera editorial cartonera en el barrio de La Boca, trae una
traductora. Igual se lo escucha confiado. Habla poco, ya sabe qué decir. La
chica conoce la cooperativa, los conoce a todos. Siempre viene con algún
contingente nuevo. Las mujeres rubias se sacan fotos con La Osa y su bebé, pero
no pintan. Compran uno o dos libros y se van. Están de paso.
En
la editorial, a diferencia de otras, no llevan un registro de la cantidad de
libros que venden. Van a ferias, ponen su stand, están abiertos al público en
la editorial misma en la calle Aristóbulo del Valle, y en Corrientes y Paraná,
un puesto de diarios donde venden sus productos, quizás los libros más baratos
del mercado. Y no es un decir. Quince, veinte, veinticinco pesos. Los cuadernos
eloísos, los únicos que no son pintados a mano, salen a veinticinco.
La
autogestión les funciona. “En lo
económico hay épocas mejores, otras peores. No da plata. Todos hacemos otras
cosas aparte de esto. Da plata pero no te genera ganancias. Te permite sostener
el proyecto y ganar un poquito. Lo principal es que el proyecto se sustente y
se sigan editando libros”, explica Alejandro, sin despegar las manos del
cartón y la pintura.
Aunque
su rutina parezca simple, detrás de todo esto hay muchos premios. Uno de ellos,
el primero, es el que más les gusta: un muñeco periodista hecho de cucharas. Se
los dio la escuela de periodismo TEA. Otro, con el que consiguieron euros pero
no les parece tan artístico, fue el Premio Principal Príncipe Claus. Es un
pedazo de acrílico con cartón que vino desde Holanda, y los premió por ser una
organización de enfoque progresivo y contemporáneo dentro de un tema cultural.
En general, los beneficiarios son de África, Asia, América Latina o el Caribe.
La fundación subrayó la innovación, creatividad y calidad de la editorial.
El
trabajo no es lineal, no es como una cadena en una fábrica. Es de acuerdo a los
pedidos, o a lo que tengan ganas de hacer. El cartón, por ejemplo, lo cortaron
la semana pasada. Un libro no se hace en un día, salvo que haga falta hacerlo. “No es que yo entro a las dos y a las seis
tengo el libro. Es más dinámico”, dice Alejandro.
Les
cuesta bastante conseguir cartón. Hay algunos cartoneros que ya conocen, pero
no van siempre los mismos. Tienen dos o tres regulares, pero a veces no llegan,
entonces no hay cartón. Les pagan por caja, no por kilo. Por una caja les dan
lo que a ellos les pagan por un kilo: 0,25 centavos. En un kilo entran cuatro o
cinco cajas. La Osa fue la única que arrancó como cartonera y después se quedó
a trabajar en la cooperativa.
Alejandro
se vino hace cinco años y un día. Así lo dice. La Osa dice que él empezó en
Eloísa Cartonera por amor, pero Alejandro no explica nada más. Él trabaja,
además, en otra editorial, esa sí más comercial, donde edita poesía. “Nunca
tuve nada que ver con editoriales, son accidentes en la vida. Sólo acá en
Argentina trabajé de esto”.
Salvo
la gente que lo empezó, el proyecto se sustenta a base de inclusión. Uno llega,
charla, toma un mate, pinta una tapa y se queda. Pintar es relajante, despeja
la mente, no parece que uno estuviera trabajando. Cada tapa es distinta, porque
cada instante es distinto. De felicidad alguno, de tristeza otro. De buena onda
todos. “Acá si visitás y no hacés nada es el lugar más aburrido del mundo. La
gente se queda porque hace algo. La mayoría de las personas que se quedó, se
quedó así. Lo demás son visitas”, dice Alejandro.
En 2003, Cucurto viajó con Javier Barilaro a intentar vender sus libros
a Chile. Pero fue imposible, el precio del papel se había disparado. Por eso
pensó, junto con sus compañeros, qué pasaría si compraban el cartón a los
cartoneros que recorrían Buenos Aires y unas resmas de hojas A4 para armar artesanalmente
libros muy baratos. "En ese
momento, con los precios disparados, la única manera de seguir imprimiendo era
usando el cartón que recogíamos de la calle. Eloísa surgió con lo que teníamos
a mano", dice su fundador.
La
editorial que tenían se llamaba Ediciones Eloísa. Con este cambio, pasó a ser
Eloísa Cartonera. Su base fue, desde el inicio, la autogestión. El primer
taller estuvo en Almagro. Cinco años después se mudaron a La Boca. Y lo que los
distingue: los dibujos artísticos, collages e imágenes coloridas en sus tapas
de cartón.
Piglia
dijo, en su momento, que Eloísa era parte de "estas nuevas redes que se están creando en la Argentina, un modo
en que los escritores encuentran formas de conectarse con las nuevas
situaciones sociales". Fogwill la describió "como recordatorio de la condición lumpen y marginal de toda buena
literatura".
La
Legislatura porteña los declaró sitio de interés social y cultural en 2009. A
ellos no les significa mucho, pero están seguros que en algún momento los va a
ayudar. Sólo les dieron un diploma. Hace unos días ganaron otro premio:
Democracia 2013 de Caras y Caretas. En la premiación van a estar con Lula Da
Silva en el Congreso. “Cosas que pasan en
esta cartonería”, se ríen.
Por
imitación. Así nacieron las más de 100 editoriales cartoneras que hay en el
mundo. Primero fueron las de los países limítrofes. Después al interior de
Argentina, y al final ya les perdieron el rastro, tienen vida propia. “Es como
decían: el peronismo sin Perón, esto sería la cartonería sin Eloísa Cartonera”,
dice Alejandro.
Al
principio, la gente les pedía permiso, y ellos se ponían contentos. A las
primeras las ayudaron a formarse. La de Brasil por ejemplo, en 2006, donde
algunos de los integrantes de Eloísa fueron a la Bienal de San Pablo y les
enseñaron a armarse.
En
Argentina, acompañaron a la editorial de los presos del penal de máxima
seguridad de Florencio Varela. Empezaron a dar talleres porque un abogado de La
Plata se los propuso y les dio el acceso. Iban los presos con mejor conducta.
Era un premio ir a hacer el taller. Llegaron, incluso, a hacer uno de armado de
libros, donde entraron con un cuchillo. Después los presos siguieron haciendo
los libros, y ahora tienen su propia editorial.
Hace
unos meses, las de Europa hicieron un congreso en Barcelona. Lo curioso: son
países donde no hay cartoneros. Es más la inspiración de que sea un libro hecho
de cartón, pero ni hablar de cooperativa ni nada. Se copian sólo la forma de
hacer el libro.
Las
que empezaron, la brasilera, la chilena y la paraguaya eran más parecidas a
Eloísa. De alguna manera estaban relacionadas con los cartoneros. Las más
actuales son estudiantes o escritores que tienen la inquietud de publicar y no
pueden acceder a una editorial comercial. Cada caso es distinto. Hay algunas
dentro de una cárcel, otras dentro de una facultad del Estado, como la de
Córdoba, hay gente, incluso, que le da tanto énfasis a lo artístico que las
tapas parecen cuadros.
“Nosotros le dedicamos todo nuestro tiempo y energía
a eso. Esto es a lo que nos dedicamos. Si hacemos otras cosas es por una
cuestión económica. Otras cartonerías no. Tiene su trabajo, estudian, y en su
tiempo libre hacen esto. Para ellos es un hobby, o una inquietud”, explica Alejandro.
La
editorial brasilera la fundó una artista plástica que trabaja con hijos de
cartoneros que aprenden a hacer los libros, tienen talleres de fotografía, de
literatura. La de Paraguay tiene mucha producción, saca libros en guaraní, en
portuñol. Hay para todos los gustos.
El
17 de octubre cumplieron 10 años. En vez de organizar una megafiesta, hicieron
eventos chicos durante todo el año. No son muy fiesteros, así que prefirieron
las presentaciones. Para ellos fue un año de conmemoración. Armaron una colección
especial, donde publicaron las obras reunidas de algunos autores, entre ellos
la de Manuel Alemian, el mártir de la literatura. Como sello de su carisma
llamaron a la colección Amigos de la
Carto.
Con
unos minutos, entre mates, acrílicos y cartón, es fácil sentirse amigo de
Eloísa Cartonera.
mail:
bellezacartonera@hotmail.com
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