jueves, 23 de mayo de 2013

RESETEANDO EL PARADIGMA

El próximo gran paso en la construcción del nuevo paradigma es redefinir el progreso. Es empezar a medir el éxito o el fracaso de las sociedades no sólo por el desarrollo económico sino también por todos aquellos indicadores que promueven el bienestar de las personas: la felicidad, la igualdad, la salud del medio ambiente, el compromiso cívico y la educación. Cuando empecemos a medir todas estas dimensiones juntas, vamos a poder entender realmente cómo nos va.

Por Christian Tiscornia 
www.amartya.org.ar

Crecí en un contexto donde la cultura del resultado y el mandato del éxito eran el camino a seguir. Lo normal era lo conveniente. Me fui formando en una realidad donde el desarrollo individual pesaba más que la construcción colectiva, y la carrera profesional parecía ser el objetivo último a conquistar. En mi infancia y adolescencia la educación se entendía como el acceso a la información y no como instrumento para ayudarnos a pensar, a dudar, a vincular los saberes, a comunicarnos con nuestra espiritualidad. De mi época de estudiante me queda la sensación de tiempo no aprovechado, de haber padecido un sistema que prefería formar personas en serie en vez de abrir espacios para la reflexión, para cuestionar las verdades heredadas y ayudar a cada uno a encontrar su vocacíón.
Como estudiante universitario y luego durante mis primeros pasos como profesional, tenía la sensación de estar llevando adelante actividades que no tenían mucho sentido, que no estaba claro por qué las hacía realmente, más que por un eventual reconocimiento de otros o el rédito económico. Por un lado, respondía al mandato del éxito, estudiando, trabajando desde joven en grandes estudios jurídicos y empresas; y por el otro, manteniendo siempre un pie en la experimentación, en el cuestionamiento constante de la realidad que me rodeaba, y en entender cuál quería que fuera mi misión en esta vida.
Conviví durante años con una dualidad interior que me mostraba claramente cómo el sistema que nos regía fomentaba la desigualdad y la exclusión de una enorme cantidad de gente. Al mismo tiempo, ese sistema me ponía desde joven un anzuelo de aparente seguridad o prestigio basado principalmente en beneficios económicos. En ese momento, donde las decisiones por los estudios o la profesión terminan definiendo gran parte de nuestro futuro, sentía una fuerte presión social que priorizaba al éxito por sobre la necesidad interna de descubrir qué era lo verdaderamente valioso para mi vida. En algún punto necesitaba probarme a mí mismo que podía transitar ese mundo de “logros”, ganarle por goleada y retirarme tranquilo a cumplir mis sueños.
Todavía recuerdo el día que me fui caminando solo hasta la sucursal Avenida de Mayo del Correo Argentino a mandar el último telegrama de renuncia y la sensación, mezcla de alivio con profunda alegría, sigue siendo la misma. Esa renuncia no era sólo a un trabajo considerado exitoso por varios; la verdadera renuncia era a un sistema en el cual no creía, era juntar las fuerzas para dejar de ser espectador y convertirme en protagonista de mi vida. Había una realidad que yo quería cambiar y ese fue el momento donde decidí renunciar a la posibilidad de no ser. Fueron 28 años de búsqueda para animarme a vivir plenamente mi vocación de servicio.
Arranqué con suerte. Me tocó crecer en una familia que siempre me dio amor, un padre que hizo de la sensibilidad una bandera y una madre que me enseñaba de honestidad con su ejemplo cotidiano. Las necesidades materiales nunca fueron un problema en mi infancia. Seguramente, este privilegio de crecer con tantas oportunidades disparó desde muy temprano la pregunta simple de por qué tanta diferencia entre lo seres humanos ¿Por qué unos nacen con todas las posibilidades de desarrollo y otros en condiciones tan desfavorables de exclusión, desigualdad o pobreza? ¿Es sólo una cuestión del destino la posibilidad de acceder a una vida digna y plena? Definitivamente no, hay cosas que como seres humanos no podemos controlar y el destino es una de ellas, pero hay otras que dependen de nosotros. La posibilidad de crear un sistema que ponga nuestra felicidad y el respeto por la naturaleza en el centro de la escena es una decisión nuestra. Es sólo cuestión de resetear el paradigma que nos trajo hasta acá y animarnos a construir uno nuevo.
Es curioso ver cómo muchas veces la tecnología cambia más rápido que nuestras cabezas y nuestro modo de ver y entender el mundo. En pocos años pasamos de la máquina de escribir al ipad, de las noticias en papel al Internet. Pero me pregunto cuán veloz es la transformación de nuestra forma de pensar. Está claro que vamos rápido ¿Pero estamos yendo a lo esencial? ¿Somos concientes del crecimiento exponencial de la raza humana y sus nuevas necesidades? Nuestro gran desafío es virar de un pensamiento lineal, focalizado en el tener y en considerar a la naturaleza como un recurso a explotar, a una visión multidimensional de la existencia que tenga su centro en el ser y entienda las conexiones de todo y todos con todo.
Creo que el próximo gran paso en la construcción del nuevo paradigma es redefinir el progreso. Es empezar a medir el éxito o el fracaso de las sociedades no sólo por el desarrollo económico sino también por todos aquellos indicadores que promueven el bienestar de las personas: la felicidad, la igualdad, la salud del medio ambiente, el compromiso cívico y la educación. Cuando empecemos a medir todas estas dimensiones juntas, vamos a poder entender realmente cómo nos va.

Latinoamérica: El cambio del punto de encaje.

“¿Y si nos vamos a Estados Unidos, compramos un auto y nos venimos andando hasta Buenos Aires?” Le dije a mi amigo Felipe mientras estudiábamos las dos últimas materias de nuestra carrera. Segundos después estábamos volando en nuestras cabezas por Antigua, Cartagena de Indias, el lago Atitlán y Guanajuato. A los 24 años, con un título de abogado recién salido del horno y toda la expectativa por conocer Latinoamérica, partimos para California, nos compramos una vieja camioneta jeep y con uno cuantos tequilas en Tijuana arrancamos el viaje que iba transformar para siempre mi forma de entender y proyectar la vida.
La distancia puso todo en retrospectiva, la realidad de mi país y de mi propia historia parecía la realidad de un continente. Por un lado, países ricos con gente pobre. Sociedades divididas, dependientes y sin confianza. Exportadores de riquezas e importadores de miseria. Minorías con enormes privilegios decidiendo la suerte del resto. La villa miseria y el barrio privado en una misma imagen. Pueblos endeudados por intereses ajenos. Un empresariado local débil, casi inexistente y un sin fin de corporaciones internacionales endulzadas por una mano de obra barata y extrayendo los recursos naturales de todo un continente. Y como si fuera poco, los políticos corruptos y la religión del pecado se repetían frontera tras frontera. Pero toda esta demencia organizada no podía tapar los colores latinoamericanos, la diversidad cultural, la Latinoamérica de la lucha indígena y del culto a la solidaridad, el respeto sagrado de los pueblos originarios por la Pachamama y el sueño de la patria grande.
Conocer Latinoamérica cambió para siempre el punto de encaje de mi pensamiento. Se me presentó con claridad una matriz histórica, económica y cultural que conciente o inconcientemente oprimía a millones de personas. Me vi reflejado en ese cuadro general, me cayeron las mil fichas de mi historia; de dónde vengo, del paradigma que nos engloba a todos y que silenciosamente nos va marcando el camino a seguir. Entendí cómo la producción “barata” de Latinoamérica impactaba directamente en la cultura, en la división de las sociedades, en el saqueo a la tierra y en la violación de todo tipo de derechos humanos. Entendí la lógica donde unos pocos muy formados dirigen la batuta y muchos otros, imposibilitados de acceder a las libertades básicas, responden sin chistar a las demandas del sistema. No me extraña que la OIT reporte un millón trescientas mil personas sometidas a trabajos esclavos en Latinoamérica. Pude entender entonces el rol crucial que juega la educación para salir de este círculo vicioso, pero la educación que nos ayude a entender nuestro contexto, que nos enseñe a ser ciudadanos solidarios y responsables, que nos dé las herramientas para ser constructores de nuestra propia libertad.
Entendí que esa revelación no había sido en vano, que era el comienzo de una nueva etapa, la de desandar y redefinir muchas ideas dadas para emprender un nuevo camino.

El consumo nos consume.

Cuando el crecimiento económico es la clave para terminar la pobreza y causar felicidad, el consumo se va convirtiendo en el objetivo último de nuestras vidas, y el consumismo, en un dio al que no debemos cuestionar. El mensaje que recibimos desde los gobernantes, los medios y las empresas es que el desarrollo depende de nuestra capacidad de compra. El consumo y el crecimiento se transforman en la meta y no en el medio para alcanzar un mundo mas justo y “humano” para todos. Un disparate singular que pareciera haberse instalado felizmente entre nosotros.
Pero ¿Comprar qué? ¿A qué tipo de empresa? ¿Qué impacto generamos en la naturaleza con nuestra forma súper acelerada de producir, consumir y desechar? ¿Nos preguntamos por los derechos de los trabajadores cada vez que compramos algo? ¿Somosrealmente más felices por el simple hecho de tener más? ¿Cuántas horas de trabajo necesitamos para tener todo eso? ¿Qué es lo que estamos sacrificando en nuestros vínculos familiares y en nuestra sociedad para tener más? ¿De qué desarrollo estamos hablando?
En nuestro sistema de consumo moderno el 1% más rico del mundo concentra riquezas iguales al 57% más pobre. En la era de la nanotecnología la mitad de la población mundial es pobre y en Estados Unidos, meca del comprar y tirar, el 99% de lo que se compra es basura en menos de 6 meses. Las Naciones Unidas reporta que si todos consumiéramos como se consume en la civilizada Dinamarca, hoy necesitaríamos 4 planetas tierra para responder a semejante demanda. La huella ecológica humana es una vergüenza, cada año consumimos recursos equivalentes a la biocapacidad de 1,4 planetas. Si por lo menos fuéramos más felices con semejante orgía de consumo y desperdicio, todavía, pero ni siquiera… Estudios demuestran que las sociedades más felices no son las que más consumen sino las que invierten sus recursos en el desarrollo de la cultura y la educación.
Numerosos indicadores ambientales, sociales y económicos nos demuestran que el sistema económico que nos gobierna no sirve al planeta en el largo plazo, que ya no se puede sostener la forma en que producimos, consumimos y desechamos nuestros productos. Por otro lado, una vez satisfechas nuestras necesidades básicas, un mayor consumo no nos hace necesariamente más felices. Más bien, nos aleja de nuestros seres queridos por la necesidad de trabajar más, nos potencia el ego y nos distancia de nuestro ser espiritual.
Me interesa el tema del consumo porque veo los puntos de conexión entre el consumismo y la exclusión, la pobreza, la violencia y la destrucción de nuestro planeta. Llegó el momento de empezar a consumir menos y de forma más eficiente. De priorizar nuestros vínculos personales y la calidad de vida por sobre la cantidad de cosas que tenemos. Para esto necesitamos de un profundo cambio individual y el compromiso de todos los actores de la sociedad para que haya empresas que produzcan responsablemente, gobiernos que fomenten la sustentabilidad y escuelas que nos enseñen desde niños a vincular lo que hoy está separado: el ser humano, la naturaleza y la realidad.

Repensando el modelo organizativo: La empresa eco social.

Si en el mundo moderno estamos atravesando una profunda crisis ambiental, social y económica y la empresa privada se ha convertido en un actor global muchas veces más poderoso que los Estados, me pregunto: ¿cuál debería ser en esta época el fin último de una empresa comercial? ¿Tiene lógica que las empresas sigan teniendo la generación de riquezas como meta? ¿Podemos seguir pensando en un modelo de empresa con beneficios únicamente ordenados al provecho de sus dueños? ¿No llegó el momento de redefinir el rol de las empresas en la sociedad y entender que representan una realidad infinitamente más compleja que una máquina de producir riquezas? ¿No debería ser el bienestar de la sociedad y el cuidado del medioambiente el fin último de cualquier empresa?
Si en el nuevo paradigma entendemos la generación de riqueza como medio para lograr un mundo sustentable y más feliz necesitamos entonces repensar cuáles son las herramientas organizativas concretas que nos pueden ayudar en este proceso. Para alcanzar la sustentabilidad en la producción y el consumo de bienes y servicios, debemos incentivar la creación de más empresas que se muevan por valores, que tengan la responsabilidad social y ambiental en el corazón de su negocio y que, al mismo tiempo, sean innovadoras, profesionales y económicamente independientes. Hoy en día son varios los ejemplos de empresas dedicadas a diversas actividades productivas que funcionan de esta manera, desde los bancos éticos hasta las empresas textiles llevadas adelante por personas con discapacidad o las editoriales que emplean gente en situación de calle.
Debería ser una obligación para las empresas de la nueva generación crear simultáneamente valor económico, social y ambiental. Ya existen modelos de empresas eco sociales que tienen como meta el bien público y que utilizan las herramientas del mercado y la rentabilidad no como fines en sí mismos. Necesitamos incentivar este nuevo tipo de empresas con marcos regulatorios acordes a su misión. Estas nuevas organizaciones pueden generar una gran diversidad de productos y servicios que no sólo mejoren la calidad de vida de sus trabajadores y contribuyan al desarrollo de la economía, sino que propicien un consumo responsable y maximicen el beneficio para todos los stakeholders.
El desafío de nuestra generación ya no es encontrar oportunidades de rentabilidad en el mercado actual, sino crear mercados que sistemáticamente reconozcan y premien prácticas de negocios social y ambientalmente responsables.

AMARTYA, nuestro granito de arena

Queríamos un espacio de trabajo donde muchos pudieran desarrollar su vocación de servicio de forma profesional. Queríamos un espacio que encarnara el cambio que queríamos ver en la sociedad, de articulación, de generosidad, de transparencia, donde actores diversos pudieran aprender mutuamente, superar prejuicios y colaborar en el desarrollo de proyectos comunes. Queríamos un espacio de gente común haciendo cosas extraordinarias y lo logramos.
Después de 6 años de trabajo en red los logros en Amartya han sido muchos: jóvenes en situación de vulnerabilidad que han podido incorporarse al mundo laboral; organizaciones sociales trabajando unidas para fortalecer el sector social de nuestro país; jóvenes que se han convertido en agentes de cambio aportando su mirada constructiva para modificar el paradigma del consumismo por uno más responsable y consciente; organizaciones sociales que han podido crecer y multiplicar su impacto gracias al aporte del voluntariado; una sociedad más sensibilizada sobre la importancia del comercio justo y el consumo responsable como herramientas fundamentales de un futuro mejor para todos; jóvenes que se han formado en temáticas de responsabilidad social y desarrollo comunitario; empresas que han entendido su nuevo rol en la sociedad y han comenzado a transitar el camino de la sustentabilidad.
Los logros en Amartya han sido muchos, pero quizás el más importante ha sido comprobar que el cambio es posible, que la transformación del mundo empieza por uno y se obtiene trabajando en red; que problemas multidimensionales como la pobreza, la exclusión y la desigualdad nos afectan a todos y que necesitan de miradas y aportes diversos para lograr soluciones.

Del dicho al hecho. El primer paso es personal

Si bien mi vida profesional pone muchas veces el acento en el otro, en buscar una transformación por una sociedad más solidaria, el cambio personal sigue siendo mi lucha más fuerte. El ser yo mismo lo que quiero ver en otros es el trabajo de cada día. Mi primer desafío es alimentar y mantener mi centro. Mi conexión espiritual. Es buscar los espacios de encuentro con mis seres queridos, que muchas veces solemos sacrificar pensando que hay algo allá afuera más importante por resolver.
Las contradicciones del ego y del juzgar suelen también correrme del camino. Es tan paradójico cuando, por un lado, me siento parte de un movimiento de cambio, de conciencia, de ayuda al prójimo y, por el otro, caigo otra vez en el juzgar al que piensa distinto, en marcar con el dedo acusador el defecto ajeno. El ego es otro enemigo traicionero, ese que se hace fuerte con la zanahoria de los grandes proyectos, los grandes cambios y nos aleja de la posibilidad de disfrutar de lo pequeño, de ser más amorosos con todos los que nos rodean.
Uno de mis aprendizajes ha sido no creerme ni cuando me va muy bien, ni cuando va muy mal. Los dos estados son pasajeros, y suelen confundir. Me ayuda la constancia, el seguir tratando hasta que la cosa funcione y rodearme de esa gente linda que ayuda a transitar la vida con más alegría.
Los pendientes en mi camino de transformación siguen siendo varios y cuando cubro uno, salta el siguiente. Lo único que nos queda es estar alertas, sumar de a pequeños pasos y mantener la vocación de preguntarnos siempre por nuestras formas de ser y hacer. Hay algo que en los momentos de confusión siempre me ayuda y es darle bola a la voz interna que va marcando la cancha pero muchas veces cuesta escuchar.

Un futuro sustentable: ser, entender

El futuro es educación. Para lograr un cambio profundo de mentalidadnecesitamos una educación que nos ayude a ser, a entender y cambiar. Desde Amartya contribuimos en la formación de pensadores sistémicos. Jóvenes, empresarios, maestros o ciudadanos, entendiendo que todo existe como parte de un sistema más abarcador y debe entenderse en relación con las otras partes.
Soñamos con una educación del diálogo, de construcción conjunta, de aprender los unos de los otros, una educación que se anime a cuestionar la realidad y nos enseñe a ser solidarios. Trabajamos por una educación que nos ayude a comprender nuestro contexto para poder resolver los problemas particulares y a descubrir nuestra vocación en el camino a la libertad.
Soñamos con seguir llevando la sustentabilidad a las escuelas pero ahora vamos por más, queremos llegar a la primaria, al preescolar, a todos los niveles educativos. Soñamos con llevar la sustentabilidad a los futuros hombres de negocios porque son ellos los que van a comandar las empresas del nuevo paradigma. Soñamos con influenciar las políticas públicas de nuestro país trabajando en red con organizaciones de una sociedad civil más fuerte y madura cada año.
El mundo actual nos presenta desafíos que parecen imposibles de solucionar, pero de la misma forma que llegamos hasta acá, los podemos transformar. Para eso hay que ser parte de un movimiento que transforme este paradigma del tener para construir uno nuevo que nos ayude a ser. El primer paso es personal. El segundo es juntarnos y comenzar a construir las nuevas reglas del juego que incorporen el respeto por la naturaleza en cada paso que damos y pongan al hombre y su felicidad en el centro de la escena.

Nota publicada en el Número 1 "Reseteando el paradigma". Leé el número completo acá: 


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